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La diferencia entre una democracia y una dictadura, es que en la democracia puedes votar antes de obedecer las órdenes.

 

Charles Bukowsky

 

 

 

Este fin de semana se escribió el prólogo de una historia que no comenzó ayer ni antier, pero que tiene en la candidatura de Ricardo Anaya, el punto crítico de una narrativa cuyo epílogo seguramente incluye la derrota como el concepto más recurrente.

 

La historia apenas se está escribiendo.

 

Ya oficializada la campaña del ex “Joven maravilla”, se derrumbaron los diques de la discordia mal disimulada y los más representativos personajes del panismo nacional dejaron de lado los protocolos, para desbordarse en un torrente de insultos, críticas, cuestionamientos, acusaciones y demás, en donde lo más bajito que se dijeron fue “pendejo”, como el muy formalito Gustavo Madero llamó al ex presidente Fox.

 

El ahora llamado “Por México al frente” no tiene a sus peores enemigos fuera, sino dentro.

 

Los expresidentes de la República, Vicente Fox y Felipe Calderón ya enderezaron todas sus baterías contra Ricardo Anaya y el Frente que encabeza como precandidato. Obviamente, también Margarita Zavala. Los llamados “senadores calderonistas” Ernesto Cordero, Javier Lozano, Roberto Gil Jorge Luis Lavalle y Salvador Vega hicieron lo propio.

 

Su beneplácito cuando el PRI postuló a José Antonio Meade como precandidato del PRI a la presidencia de la República confirma que al menos en esa ruta, la decisión de Enrique Peña Nieto al destapar a su delfín es exitosa en cuanto a refrendar la alianza que desde hace 30 años la tecnocracia priista y el conservadurismo panista han tejido, de diversas maneras, para impedir el arribo de una opción de izquierda a Los Pinos.

 

Desde 1988 a la fecha, a Cuauhtémoc Cárdenas lo descarrilaron tres veces; a Andrés Manuel López Obrador, dos. Y van por la tercera, aunque nadie puede asegurar que lo logren, y eso será parte del epílogo de esta historia.

 

La diferencia ahora es que ya se perdió todo el respeto a la afición, y la afición nomás mueve la cabeza de un lado a otro, con un mohín de escepticismo, desaprobación y desencanto, cuando no de una sonora mentada de madre, cuando ve que la derecha se desdobla hacia la izquierda; la izquierda se desdobla a la derecha; el centro se desdobla a la izquierda o a la derecha según sea el caso, y entre tanto desdoblamiento el país se desdobla hacia ninguna parte o, peor aún, hacia el despeñadero y más allá.

 

Los protagonistas de esta historia son, en su mayoría, los mismos de ayer, pero ahora desde las más insospechadas trincheras.

 

En 1987, lo recuerdo bien, hubo un gran debate en la izquierda que hasta ese entonces y después de mantenerse en la clandestinidad desdeñando la Reforma Política que amnistió (a propósito de palabras recicladas en el discurso de estos días) a guerrilleros en los 70, y les abrió la vía electoral para contener la insurgencia armada. Se trataba de decidir si apoyaban la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas o se mantenían reivindicando, con sus matices, la revolución socialista y la dictadura del proletariado.

 

Unos se sumaron a la causa de los priistas que venían de la Corriente Crítica, otros no. De los que se sumaron, nacería después el PRD. Pero antes, como Frente Democrático Nacional, convergieron allí Cárdenas, Muñoz Ledo, Ifigenia Martínez, Roberto Robles Garnica, Andrés Manuel López Obrador y tantos otros que en 1988 fueron electoralmente victimados por el aparato de Estado, con Manuel Bartlett a la cabeza en su condición de secretario de Gobernación y comandante supremo de los órganos electorales en el país. Pero ahora Bartlett está en Morena, al lado de Andrés Manuel.

 

La validación de esa elección corrió después a cargo del Congreso de la Unión, donde, fuera de los millenials, todos recordamos al Jefe Diego arengando a favor de la quema de los paquetes electorales, con los que ardió una parte de la memoria social.

 

Quizá por eso ahora estamos viendo al PRD como cheerleader de Ricardo Anaya; a los calderonistas y foxistas como cheerleaders de Pepe Meade; a los morenistas como campeones del draft en el que contratan a panistas y priistas previa indulgencia del tabasqueño que no olvida, pero sí perdona; a “independientes” sorprendidos en el descubrimiento de que toda su vida en la nómina partidista fue una quimera, excepción hecha de aquellos casos en que el partido si les favoreció con el dedazo certero…

 

En un contexto de esta naturaleza, no es raro que Damián Zepeda, un joven político que lleva a cuestas la más estrepitosa derrota del PAN en la capital de Sonora, a manos del PRI, pero también de la impericia y la malicia de los propios panistas para respetar sus acuerdos,  asuma hoy la presidencia nacional del PAN.

 

Leo, no sin ciertas reservas, que Damián ya es equiparable, como sonorense que dirige un partido nacional, a Plutarco Elías Calles, Manlio Fabio Beltrones, Luis Donaldo Colosio o Jesús Zambrano Grijalva.

 

Veo también, no sin cierto humor involuntario, que la cargada priista que ayer buscó en los archivos más envirulados de la USB que tenían en el cajón de los recuerdos, la foto con Pepe Meade, y que por ese mismo hecho fueron crucificados por los panistas, hoy se reedita, pero por los panistas que le quitaron las termitas a la revista que ya ni se acordaban dónde estaba, para tomar la foto de la foto donde aparecen al lado del nuevo líder.

 

Veo, por ejemplo, a Célida López endilgándole a Damián Zepeda epítetos zahirientes como inepto, arrogante, cómplice; diciéndole que junto a Ricardo Anaya serán recordados como la tragedia del PAN e incondicionales del PRI, y no puedo menos que pensar en el “Pollo” Castelo levantando el brazo de Andrés Manuel, cundo fue hasta hace unos meses, junto a Célida, de los más representativos exponentes del padrecismo rampante en Sonora.

 

Veo que en Sonora, la cargada panista se lanza con estrépito a buscar el palomeo de Damián, al grito de “siempre dije que este muchacho era el más indicado y llegaría muy lejos”, sin detenerse a pensar un par de cosas.

 

Por ejemplo, el hecho de que Sonora no representa ni el dos por ciento de los votantes en el país, y que desde la perspectiva nacional en la que hoy se encuentra el joven Zepeda, sus afanes y ponderaciones son otras. A no ser, claro, que sea cierta esa versión en el sentido de que su derrota en Hermosillo lo obsesiona hasta el grado de que en su novatez, descuide las plazas importantes en el país, por venir a cobrar facturas que se antojan pequeñas, frente a las grandes tareas que tiene por delante. Entre ellas, detener la caída del Frente PAN-PRD-MC en el escenario nacional.

 

Finalmente lo que está en juego no es la segunda regiduría suplente de Banámichi (diría el buen Ismael Mercado), sino la presidencia de la República que, como indican las tendencias, cada vez se aleja más de esa rara mescolanza que es el Frente, y deja, como ha sido las últimas cinco elecciones presidenciales, un pleito entre dos.

 

88: FDN-PRI. Cárdenas contra Salinas. Gana Salinas.

 

94: PRI-PRD. Zedillo contra Cárdenas. Gana Salinas.

 

2000: PAN-PRI. Fox contra Labastida. Gana Salinas.

 

2006: PAN-PRD. Calderón contra Andrés Manuel. Gana Salinas.

 

2012: PRI-PRD. Peña contra Andrés Manuel. Gana Salinas.

 

2018: Morena-PRI. Andrés Manuel contra Pepe Meade. Y como telón de fondo, el PAN, el PRD, el MC, el PT, el PANAL, el PVEM y los “independientes”.

 

¿Gana Salinas?

 

Mejor aquí la dejamos, antes de que me dé algo y ya no alcance ni a escribir el epílogo de esta historia cuyo prólogo anticipa desenlaces inesperados. ¿Inesperados?

 

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