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Muchas fueron las historias de terror que se escribieron durante el sexenio de Guillermo Padrés, pero acaso la que mejor ilustra la contextura moral de la casta gobernante en ese periodo, es la de Gisela Peraza, la trabajadora doméstica de la familia Padrés-Dagnino, la nana de los hijos, la confidente de la señora Iveth, primera dama en aquellos aciagos años.

 

La que, envuelta en un romance con uno de los guardias de seguridad en la casa de gobierno, agente de la Policía Estatal y sobrino del secretario de Seguridad, Ernesto Munró Palacios, fue involucrada por éste en un robo cuya cuantía nunca se supo bien a bien. Se hablaba de mucho dinero en efectivo y un lote de joyas muy valiosas.

 

Gisela Peraza fue prácticamente secuestrada en la casa de gobierno, torturada por agentes estatales supervisados por la propia primera dama y por el entonces secretario particular del gobernador, el hoy diputado federal plurinominal, Agustín Rodríguez, que se encuentra a unos meses de perder el fuero que le da su investidura como legislador.

 

Y al mando de la operación para arrancar la confesión de Gisela, el jefe de escoltas del gobernador, Fernando Ernesto Fernández Portillo, quien al término de su contrato, fue llamado por el alcalde de Nogales, Cuauhtémoc Galindo, para hacerse cargo de la seguridad pública en aquella fronteriza ciudad, a pesar de sus antecedentes.

 

Gisela fue encarcelada durante cuatro años y fue liberada por desvanecimiento de pruebas, faltando unos días para que Padrés entregara la gubernatura. En un alarde de abuso y prepotencia, a la señora le “sembraron” droga el mismo día en que abandonaría el penal de Huatabampo, donde terminaba su encarcelamiento después de estar recluida en los penales de Hermosillo y San Luis Río Colorado.

 

La maniobra fue tan burda que no prosperó, y actualmente Gisela Peraza mantiene un litigio en el que exige indemnización por los daños ocasionados a su persona, en lo físico y lo moral. También exige castigo a los verdaderos responsables del robo, y a quienes la secuestraron y torturaron.

 

Por este caso permanecen en la cárcel Alma Rosa Molina Barrón y María Teresa Linson Salas, agentes de la policía estatal, y el jefe de escoltas del gobernador, el citado Fernández Portillo.

 

Este último huyó a Estados Unidos en marzo de 2016 y fue detenido por autoridades norteamericanas, debido a su irregular situación migratoria y a que había una alerta y una orden de aprehensión en su contra, girada por un juez en Sonora.

 

Ayer, Fernández Portillo fue deportado por la garita de Nogales, donde ya lo esperaban agentes estatales, que lo detuvieron y condujeron esposado al Cereso 1 de Hermosillo, donde habrá de responder por delitos contra la procuración de justicia, de abuso de autoridad, tortura, entre otros. Por lo menos el delito de tortura es considerado grave y no alcanza fianza, por lo que el señor podría pasar algunos años a la sombra.

 

Aunque en el maravilloso sistema judicial mexicano, todo puede pasar y en la saga de esta novela negra del padrecismo ya andan libres, después de haber sido detenidos acusados de diversos delitos: Roberto Romero López, exsecretario de Gobierno; Mónica Paola Robles Manzanedo, exdiputada local; Adolfo Cota Montaño, ex funcionario del DIF; Roberto Ávila Quiroga, ex funcionario de la secretaría de Hacienda; Mario Cuén Aranda, ex tesorero; Héctor Ortiz Ciscomani, ex secretario de Agricultura, Francisco “Pancho Platas” Monge Araiza, es titular de CECOP y Jorge Morales Borbón, ex secretario de Comunicación.

 

Veremos qué pasa.

 

II

 

Hasta el martes pasado, el coordinador parlamentario del PAN en el Congreso local, Luis Serrato Castell había dejado correr la versión de que en los días siguientes, presentaría su renuncia al partido, molesto por la designación del ex priista Antonio Astiazarán Gutiérrez como cabeza de fórmula al senado de la República.

 

Citó el miércoles a una rueda de prensa en la que se limitó a leer un posicionamiento en el que cuestionó la congruencia del ex priista, acusándolo de aceptar en el PAN lo que no aceptó en el PRI, y no respondió preguntas de la prensa, por estrategia, dijo, de sus asesores.

 

Ayer, hizo circular primero una foto en la que aparece con el dirigente nacional del PAN, Damián Zepeda, y posteriormente un video en el que expresa su voluntad de sumarse al “bien mayor” que es ganar la presidencia de la República, otorgando todo su apoyo al candidato de la coalición “De frente por México”, Ricardo Anaya Cortez.

 

¿Qué pasó en estos últimos días? Sólo ellos lo saben y sólo ellos conocen los términos de los acuerdos que tomaron.

 

Lo que es un hecho es que Ricardo Anaya sigue haciendo gala de su capacidad negociadora, después de parar la bronca que se había echado encima al validar una lista de candidatos al senado por la vía plurinominal, que provocó una airada reacción del gobernador de Chihuahua, Javier Corral, que en un posicionamiento difundido en video, se lanzó con todo contra el llamado “Joven Maravilla”, fustigándolo con el látigo que los panistas usan sólo para reclamarle a los priistas sus vicios antidemocráticos, autoritarios, gandallas y sectarios.

 

Un día después, Anaya y Corral aparecían juntos en una foto, sumando voluntades. ¿Qué pactaron? También, sólo ellos lo saben.

 

Serrato hizo un Corral en Hermosillo y, aunque se cuidó de no despotricar contra sus dirigentes y lo hizo sólo contra quien se les coló en su proceso interno para ganarles la candidatura al senado, en unos días terminó plegándose a las directrices de la dirigencia y validando la candidatura de Astiazarán.

 

Mal harían los detractores de Anaya en desestimar su capacidad de negociación política, dentro y fuera de su partido. El candidato de la coalición PAN-PRD-MC descarriló a los calderonistas; mandó a Gustavo Madero lejos de su entorno, hasta Chihuahua y a la hora que quiso lo tiene otra vez en el redil junto con Javier Corral.

 

Y lo hizo en medio de la andanada de acusaciones en su contra, sobre su participación en negocios turbios, triangulación de recursos y lavado de dinero, que deberían tenerlo contra las cuerdas pero que, por lo visto, no le han movido un pelo.

 

En Sonora, tejió fino para desactivar un brote de rebeldía (por cierto, apoyado sospechosamente por una corriente del priismo gobernante) y calmó las aguas legitimando entre los suyos la candidatura de Antonio Astiazarán al senado, algo que, como quiera que me la pongan (dicho sea sin albur y con todo respeto), le va a costar votos al tricolor.

 

Ayer también circuló la fotografía de Antonio Astiazarán en amena reunión con Cuauhtémoc Galindo, el alcalde de Nogales que también aspiraba a la candidatura del PAN al senado.

 

Operación cicatriz y cierre de filas en el blanquiazul que se está dando con notable rapidez y eficiencia, mientras en el PRI parecen con sobrada autosuficiencia y confiados en que la renuncia de “El Toño” y lo que pudiera pasar con Abel Murrieta en Cajeme, que impugnará el proceso de elección del candidato a la alcaldía, no tendrán mayores consecuencias.

 

Mientras tanto, desde la esquina de Morena se frotan las manos esperando que panistas y priistas sigan dándose con todo.

 

Lo dicho, esta sucesión presidencial se está poniendo especialmente interesante y augura resultados más históricos que inéditos, especialmente en Sonora. Ya veremos.

 

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