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Será de suma importancia observar cómo se movieron las encuestas presidenciales después del debate de ayer domingo, para tener un asidero medianamente sólido en el cual fincar algunas conclusiones, más allá de la subjetividad individual o las cargadas mediáticas.

Cada quién que haya observado este ejercicio podrá tener sus interpretaciones, lecturas y consideraciones, pero lo interesante será ver cómo reaccionó el universo del electorado; si el debate confirmó tendencias, hizo repuntar a un candidato, le bajó puntos a otro y en general, si hubo modificaciones en las preferencias, suficientemente notables como para relanzar estrategias en los equipos de campaña.

Arriesgaré aquí algunas impresiones personales de lo que sucedió en este debate, en el entendido de que la controversial lectora, el polémico lector, tendrán siempre una mejor opinión al respecto.

De entrada hay que decir que el más raspado fue Andrés Manuel López Obrador, lo que era previsible considerando que es el puntero en las encuestas, al que todos quieren tumbar y al que nomás faltó que llegara el floor manager y le diera un cubetazo en la cabeza.

Agregar que el debate, a pesar de la larguísima experiencia que tiene en campañas, no es lo suyo. Lo de Andrés Manuel es la plaza pública, la arenga a cielo abierto, la monopolización del micrófono y el fraseo que pretende convertir en verdades irrebatibles.

Pero eso no funciona en un debate, menos en uno donde el formato se flexibilizó más que otras veces, abriendo espacios para réplicas y contrarréplicas, y permitiendo a los moderadores introducir temas, solicitar aclaraciones y abundamientos en otros.

Así, el Peje hizo mutis frente al recordatorio de los casos de Bejarano, Ponce e Imaz, ex funcionarios a su cargo que pisaron la cárcel acusados de corruptos y que siguen en su entorno cercano; de Bartlett, Elba Esther Gordillo, Napoleón Gómez Urrutia; de los 3 mil millones de pesos que Morena ha recibido de prerrogativas y que es de donde se mantiene él y sus hijos, hombres de peso en la estructura de Morena. De Alfonso Romo, a quien acusó de corrupto en uno de sus libros, y hoy lo propone como jefe de gabinete.

El Peje se envolvió en su capa protectora del 48% de preferencias en las encuestas, minimizó los ataques con su recurrente discurso de la mafia del poder, evadió responder cuestionamientos muy directos sobre casos graves de corrupción en su entorno cercano, especialmente los lanzados por Ricardo Anaya y José Antonio Meade, que también intercambiaron entre sí, metralla con ese tema.

El punto es que a los debates, los candidatos no van para probar sus señalamientos, sino para asestar el descontón que saque de sus casillas al adversario, lo cual finalmente consiguieron a juzgar por esa imagen al final del encuentro, donde el tabasqueño se agacha a tomar su portafolios y se retira cabizbajo, sin despedirse de sus interlocutores. Su lenguaje corporal en esa salida no es la de quien gana un debate, sino de alguien a quien, molesto, le urge abandonar el recinto.

Ricardo Anaya, por su parte hizo buenos los pronósticos. Es un polemista agudo y bien informado. Preciso en sus intervenciones, puntual en sus críticas y con buen desempeño frente a las cámaras. Ni siquiera lo hicieron trastabillar con el tema de sus empresas familiares que siguen siendo investigadas por la PGR.

Anaya es algo así como la versión yuppie de El Jefe Diego, que por cierto ganó contundentemente aquel debate de 1994 frente a Ernesto Zedillo y Cuauhtémoc Cárdenas, aunque como se recordará aquel fue otro caso en el que quien gana el debate no gana la elección.

Anaya no perdió tiempo con el Bronco y Margarita Zavala, concentrando sus misiles en Andrés Manuel, a quien llevó contra las cuerdas exigiéndole aclarar sus pactos con la mafia del poder (mencionó a Salinas y Peña Nieto). El mejor golpe contra Meade fue sin duda cuando aludió a la propuesta del candidato del PRI, sobre la declaración siete de siete, presentándole siete casos de corrupción que involucran a priistas.

Muchos tenían la expectativa de que José Antonio Meade mostrara más soltura y agresividad, pero no fue así. Se mantuvo en un tono mesurado, en la tónica que seguramente le recomendaron sus asesores para proyectarlo como un hombre conciliador y sereno, aunque sí soltó varios golpes efectivos. Uno de ellos contra el Peje, a propósito de la amnistía a criminales, un tema con el que también le pegaron los otros candidatos y que evidentemente se le indigesta de fea manera al tabasqueño, lo mismo que su concepción patrimonialista del partido Morena, al que usa como empresa familiar. También le dio a Ricardo Anaya con el tema de la nave industrial y el enriquecimiento inexplicable.

Mostró algún chispazo de humor cuando mencionó la negatividad del tabasqueño, de quien dijo: “si se desmaya no vuelve en sí, vuelve en no”, pero la frase pasó casi desapercibida, acaso porque en estos encuentros nadie espera un derroche de humorismo blanco, sino la aparición de contundencias y efectismos, como ese de El Bronco sobre cortarle las manos a los ladrones, que sin duda lo hizo ganar el debate, al menos en el rubro de la producción de memes.

Meade se mantuvo ecuánime y plano. Aquel “formidable adversario” del que habló en su momento Enrique Krauze al imaginarlo en un debate, no apareció por ningún lado. Al candidato, definitivamente le sigue pesando mucho la carga de los gobiernos panistas y priistas con los que ha trabajado.

Margarita Zavala fue la decepción en este debate. Expresiones sobreactuadas, guiones mal memorizados y el fardo de su marido encima, que no la deja despegar.

Creo que Margarita no tuvo una sola intervención convincente y sí algunas muy desafortunadas, como cuando la moderadora le preguntó qué haría si un hijo suyo le dijera que se quiere casar con alguien de su mismo sexo. A la señora Zavala literalmente le temblaron las piernas y optó por el lugar común “yo creo que el matrimonio es entre hombre y mujer, pero respeto lo demás”.

Del Bronco, poco que decir. Un tipo bastante rupestre, muy obvio en su papel de golpeador de Andrés Manuel, sin ideas claras y sí con muchos atavismos del ranchero de las películas de la época de oro del cine mexicano, que pueden funcionar como nostalgias de los abuelos, pero no encajan en una agenda llena de temas relacionados con el género, las minorías, la diversidad.

El ejercicio fue bueno. Falta ver lo más importante, que es cómo se mueve la intención del voto a partir del mismo. Hablar de ganadores y perdedores en el debate es hasta cierto punto ocioso y materia de mucha manipulación en medios tradicionales y redes sociales.

Tendríamos que esperar unos días para conocer ejercicios demoscópicos más serios, para ver no sólo las mediciones correspondientes, sino sobre todo, las modificaciones en las estrategias de campaña en cada uno de los “cuartos de guerra”. Lo que es un hecho es que a partir de este primer debate, ya arrancaron, ahora sí en serio, las campañas.

 

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