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El momento que estábamos temiendo llegó. El coronavirus está en Sonora y obliga a todos a la mesura en lugar del pánico; a extremar medidas de higiene y cuidados personales, a observar las recomendaciones de las autoridades y permanecer informados; a atender los síntomas de la enfermedad en cuanto sean detectados.

La aparición del primer caso era predecible considerando que la epidemia ya se encuentra en México desde hace un par de semanas y en varios estados del país suman hasta ayer 82 casos confirmados y 171 sospechosos. Es predecible también que los casos vayan en aumento en los próximos días y de todos depende que no escalen a los niveles de otros países.

El gobierno del estado ha puesto en marcha la campaña ‘Quédate en casa’, que sintetiza la mejor manera de tenderle un cerco a la propagación del virus, a partir del distanciamiento social, de evitar lugares públicos y aglomeraciones. 

Por eso también se ha decidido suspender clases en todas las escuelas desde preescolar hasta universidades; también la suspensión de actividades en negocios no esenciales como antros, cines, casinos, restaurantes, gimnasios, así como la cancelación de eventos deportivos, artísticos y culturales donde confluyan más de diez personas. Se recomienda también suspender misas en las iglesias.

Si bien no hay un estado de alarma, tampoco es momento para el regateo y sí para ubicar el abordaje de la epidemia en el terreno de la neutralidad política. Los ayuntamientos de Hermosillo y Cajeme han lanzado sus propias campañas para afrontar la contingencia, y este día habrá un encuentro de las autoridades estatales con los 72 alcaldes para acordar acciones conjuntas.

Quédate en casa no es el equivalente a unas vacaciones, sino la oportunidad de la convivencia familiar en torno a la información confirmada sobre la evolución de la epidemia, el cuidado de niños y ancianos que son los más vulnerables y el aprovechamiento del entorno hogareño para realizar actividades que fomenten la recreación y la salud.

Es muy, pero muy importante identificar y desde luego no difundir noticias falsas, rumores, versiones extraoficiales y no confirmadas, tan usuales por estos días de redes sociales, ‘tías Piolín’ y no pocos malintencionados.

En las próximas semanas estaremos frente a situaciones inéditas que nos pondrán a prueba. La primera, por lo pronto, no la hemos acreditado: los llamados a no realizar compras de pánico se han perdido entre los pasillos de las tiendas de mayoreo y supermercados, vaciando los estantes y dejando sin oportunidad a muchos, de acceder a productos necesarios para sobrellevar la cuarentena.

Esto no habla bien del espíritu solidario, que quizás renazca después de los primeros momentos de alarma y hasta de cierta sicosis.

II

La verdad es que hay un inevitable dejo de incertidumbre frente a lo desconocido, pues aunque se sabe que el coronavirus es menos letal que la influenza, el solo hecho de saber que ya se registran más de 50 muertes en México y que siguen apareciendo casos en casi todo el territorio nacional provoca reacciones en la población.

Si a eso se le agrega la impericia y la percepción de que no se está haciendo lo suficiente ni a tiempo, el nerviosismo se acrecienta.

En el gabinete federal, el coronavirus ya dejó dos damnificados.

El primero, Hugo López-Gatell, subsecretario de Salud convertido en el vocero presidencial para este tema, por su larga experiencia y probada capacidad. De hecho, fue el responsable de sobrellevar la epidemia de influenza durante el calderonismo y lo hizo con éxito.

Pero algo le sucedió ayer cuando, ante la pregunta de una reportera acerca de la posibilidad de que el presidente se contagiara o contagiara a otros en sus contactos con multitudes donde no escatima cercanías que llegan a los besos y mordidas, el funcionario sacó de algún lado de la bitácora de abyecciones una declaración por demás desafortunada.

Palabras más, palabras menos, sugirió que el presidente no puede contagiar a las masas porque su fuerza es moral y no de contagio. Para venir de un científico, la declaración fue el motivo para el escarnio y las dudas respecto a la solvencia intelectual del responsable de atender la pandemia. No había necesidad de eso.

El otro damnificado fue el secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard, que comedidamente se metió en un inesperado callejón oscuro.

El presidente de El Salvador, Nayib Bukele se quejó en su cuenta de Twitter de que México permitiría el despegue de un avión con destino a su país, en el que viajaban 12 salvadoreños contagiados de Covid19. Anunció el cierre de los aeropuertos de su país -salvo para aviones de carga-, y acusó al gobierno de México de irresponsabilidad al poner en riesgo al resto de los pasajeros y a la tripulación. 

Lo que podría haberse arreglado con una diplomática llamada telefónica se convirtió en un pequeño escándalo binacional, pues Marcelo entró en un intercambio tuitero aclarándole al presidente salvadoreño, primero, que todos los vuelos desde México a aquel país se habían suspendido y que en una revisión a los pasajeros del vuelo en mención, no habían encontrado casos positivos de coronavirus.

Pero la respuesta de Bukele no fue nada diplomática. Mucho menos considerando que hace apenas un par de meses, el presidente mexicano y el propio Marcelo Ebrard anunciaron la entrega de 30 millones de dólares para programas de empleo en el llamado Pulgarcito de América, como parte de las estrategias para contener la migración hacia Estados Unidos.

Pues algo pasó allí, porque el presidente salvadoreño le respondió de mal modo: “Otro día le hago el reclamo formal por el fugitivo de la justicia salvadoreña acusado de corrupción al que ustedes dieron asilo político por motivos ideológicos hace unos días”, le respondió.

Hasta donde se sabe, el único asilado político de relevancia internacional en tiempos de la 4T ha sido el ex presidente boliviano Evo Morales, pero eso sucedió el año pasado y no hace unos días.

Definitivamente algo sucedió entre el gobierno de México y el de El Salvador desde aquellos días en que todo era miel y dulzuras hasta ayer, cuando el ríspido desencuentro de Bukele con el canciller abrió el espacio para toda clase de especulaciones, incluyendo las que hablan de un incumplimiento en la entrega de los 30 millones de dólares.

En los próximos días quizás trasciendan los motivos. Pero de que a Marcelo le rasparon el mueble de canciller, se lo rasparon.

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