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Abro con un chistorete más bien añoso.

Cierto día, en algún remontado pueblo de la sierra de cuyo nombre no quiero acordarme, un grupo de lugareños llegó a la oficina del presidente municipal, para reclamar la inacción de las autoridades respecto a una serie de crímenes que se estaban cometiendo en la comunidad a su cargo.

La lista de asesinatos ya sumaba siete, algunos caídos en sus labores en el monte, leñadores y vaqueros, y otros en el caserío del pueblo, a donde el homicida había llegado sembrado el terror sin que la autoridad atinara a hacer algo.

Enojados, los vecinos exigieron que la autoridad se fajara los pantalones y saliera a buscar al criminal que estaba asolando la región, y lo hiciera preso para poder recuperar la tranquilidad.

El alcalde llamó a su jefe de policía y lo puso a cargo de tan delicada misión, abriendo una mesa de diálogo con los vecinos.

Allí, el jefe de policía les dijo que efectivamente, la situación era crítica, y que según sus investigaciones previas, no se trataba de un asesino solitario, sino de un grupo de criminales bien organizado, que conocía la geografía, la economía y la gente del lugar. Era, dijo, una suerte de mafia del poder a la que sólo se podría combatir rayando en la locura.

Pero, dijo, no podía ir a buscar al asesino, dado que no tenía caballo.

Rápidamente, uno de los vecinos puso a su disposición un brioso corcel, bien comido y mejor entrenado, para que no tuviera problemas en sus rondines. No había manera de que fallara, porque ese caballo venía directamente de la cuadra de Guillermo Padrés.

Agradezco el detalle, les dijo el jefe de la policía, pero de qué me serviría un caballo como este, si no tengo pistola…

Otro de los vecinos sacó de entre sus alforjas un arsenal con un revólver .44, una escopeta recortada y un 30.06 que tenía reservado para sus campamentos de cacería. También y entre otras armas, una Taurus .38 de fabricación brasileña. Todas usadas en Aguas Blancas, Acteal, Ayotzinapa, Lomas Taurinas y así.

Oigan, muchas gracias, dijo el comandante, pero sabrán que una investigación de este tipo cuesta dinero, y últimamente los recortes presupuestales han estado a la orden del día, de manera que no podría ir muy lejos tras ese terrible asesino.

Rápidamente se hizo la coperacha vecinal y le juntaron varios fajos de billetes para que no batallara por los viáticos. Aparecieron bien cinchados con las ligas de Bejarano, las pacas de Eva Cadena y Carlos Ahumada; los millones que se robó Napoleón Gómez Urrutia y las cuotas sindicales que le sobraron a Elba Esther Gordillo.

Lana hay, le dijeron.

Pero el comandante, que evidentemente tenía ganas de cualquier cosa, menos de salir al monte a enfrentar la amenaza, alcanzó a objetarles, con voz cada vez más titubeante, que sí iría, pero no tenía comida para aguantar una travesía que quizá durara varias lunas.

Las señoras del pueblo, que ya más o menos conocían a su autoridad, venían preparadas y pusieron sobre la mesa toda clase de comestibles y bebidas propias para sobrevivir en el monte, incluyendo tortas y frutsis que tenían reservados para las campañas electorales.

Acorralado al fin, conminado a tomar el toro por los cuernos, el jefe de la policía preguntó sobre algunos detalles de los asesinatos ocurridos en el pueblo y sus alrededores.

-¿Cómo es que mataron a estas desafortunadas víctimas?, preguntó.

Uno de los vecinos, exasperado, ya no pudo más y le gritó: “¡Con un hacha, señor! ¡Los mataron de un hachazo en la cabeza!”

Y entonces el comandante hinchó sus pulmones de aire y lo soltó en un resoplido salvador que se escuchó en todo el pueblo:

-“¡Ahí está el detalle! Ahí está la razón por la cual no puedo ir tras ese criminal. No me corresponde a mí; si los mató con un hacha, eso le corresponde a la Forestal”, les dijo.

Sirva esta breve alegoría para ilustrar un poco lo que está ocurriendo en estos días con la sui géneris democracia mexicana, donde la autoridad, entiéndase como el Estado, y el Estado entiéndase como el conjunto de instituciones que administran los bienes de la nación y las que deben garantizar la gobernabilidad del país, los partidos políticos, por ejemplo, retozan plácidamente en su zona de confort, pretextando cualquier cantidad de cosas para no asumir sus responsabilidades.

Y donde la mafia del poder deja de serlo cuando se cambia de siglas como cambiarse de calzones y llena todos los espacios, incluyendo los de la oposición más recalcitrante, bajo la vernacular consigna de que “para que la cuña apriete debe ser del mismo palo”.

Cuando el Estado dice: es hora de que participen los ciudadanos, y por eso vamos a darles la oportunidad de que compitan por candidaturas, y todas esas candidaturas se llenan de ciudadanos, sí, pero que acaban de renunciar a sus partidos políticos, es decir, de políticos profesionales que se asumen ciudadanos por renunciar dos días antes a su militancia de años, ya no sabe uno si reír, llorar o mudarse de planeta.

Mientras, patear el bote, perderse en la retórica, descalificar a unos y santificar a otros aunque sean los mismos, dependiendo de la afinidad coyuntural en la que no importan credos, ideologías ni principios, privilegiando antes que cualquier otra cosa que no sea el mantener esa zona de confort para unos cuantos, mientras los demás ponen el lomo, cuando no los muertos. Esa parece ser la tónica de estos días.

Ayer fueron ratificados, en sendos actos multitudinarios, festivos, virales y polémicos, los tres principales contendientes por la presidencia de la República.

Andrés Manuel López Obrador, Ricardo Anaya y José Antonio Meade, citados en el orden en que los ubican las principales encuestas. Los tres más ocupados en mostrar el ficticio músculo del apoyo popular que se traduce como acarreo. Los tres más preocupados en descalificar al otro y en prometer que ahora sí se va a hacer la carnita asada y habrá paz y prosperidad; empleo y viabilidad económica; salud, educación, infraestructura y bienestar para todos los mexicanos.

Lo más triste de todo es que ya ni siquiera se debaten los “cómo”, sino que la agenda está concentrada en los “con quién”.

Porque ahí es cuando la puerca tuerce el rabo. Resulta que los promotores de la continuidad están abajo en las encuestas, pero los promotores del cambio están prometiéndolo a partir de la suma de los que hicieron de la continuidad su vida misma, hasta que la continuidad dejó de garantizarles la continuación de sus holgadas vidas.

Parece un trabalenguas, pero es más bien un acertijo: el Atlacomulco de hoy será el Macuspana de mañana. Ahí se las dejo.

Y mejor me voy, porque ya otras tierras están reclamando el concurso de mis modestos esfuerzos y no gana uno pa’ sustos.

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