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No conocí a Carlos, el joven que murió en el trayecto al hospital del IMSS de Ciudad Obregón desde Guaymas, pero una persona cercana trabajó con él en la empresa que no sólo le permitió seguir en sus labores de cobranza, proporcionándole un vehículo y permitiendo que se moviera por toda la zona de Guaymas-Empalme, sino que le facilitó esa movilidad no esencial, omitiendo la exigencia de vestir el uniforme corporativo.

Carlos murió y su diagnóstico es de neumonía atípica, aunque en algunas capturas de pantalla que fueron difundidas por sus familiares, él le reveló a su esposa vía Whatsapp, que la doctora que lo atendía le diagnosticó Covid19.

Hay una gran tragedia en este caso, no sólo por los huérfanos de Carlos, por el dolor de su esposa y sus familiares, sino porque las denuncias de su cuñada, viralizadas en redes sociales exponen la realidad más allá de la frialdad de la estadística: el sistema hospitalario, particularmente en el IMSS no está ni cercanamente preparado para atender la contingencia.

Al joven, en sus primeras consultas le diagnosticaron gripe y le recetaron Paracetamol. Su mal escaló mientras seguía trabajando, recorriendo kilómetros, visitando hogares, teniendo contacto con mucha gente que hoy debe estar bastante preocupada.

Carlos ha muerto sin la oportunidad de tomar la mano de su esposa y de sus hijos, sin despedirse, incinerado. “Como un perro”, dijo su cuñada, Ana Beltrán, en uno de los videos que están circulando ‘viralmente’, si se vale la malhadada alegoría.

Sin camas suficientes, sin respiradores, sin medicinas específicas ni diagnósticos precisos, Carlos murió después de convivir en su itinerante trabajo con mucha gente. Y también en su casa, donde habitan diez personas, algunas de ellas con obesidad y asma, condiciones que las hacen más propensas al contagio y a sus secuelas.

Cualquier derechohabiente del IMSS que acuda a solicitar consulta, a consulta o a una emergencia, sabrá bien que en condiciones ‘normales’, aquello parece una zona de guerra. Hacinamiento, suciedad, gente convaleciendo en una silla de ruedas si bien le va, en el piso de los pasillos si no tiene tanta suerte. Atendidos por personal sometido a presiones altísimas y salarios bajísimos si se considera la condición de alto riesgo. 

Héroes, heroínas de la cotidianidad en clínicas y hospitales que están comenzando a ver morir a sus colegas, o a atenderlos como un paciente más, que como Carlos, eventualmente pueden irse de este mundo sin la oportunidad de tomar la mano de sus seres queridos antes de la despedida.

Nadie se traga el cuento de que el sistema hospitalario mexicano está preparado para lo que viene: Carlos está muerto, como muertos están demasiados hombres y mujeres que no creyeron, que no asumieron su vulnerabilidad, que desestimaron la contingencia o que fueron obligados a desestimarla porque una actividad esencial es no dejar de cobrar la deuda por un par de tenis, por una camiseta, por algo así, por unos cuantos pesos…

Pero ese debate es marginal. Lo importante es la segunda vuelta, el control del organismo electoral; lo impresentable de partidos que apoyen a candidatos independientes. Eso es lo que importa, lo que es motivo de lamentaciones o de celebraciones.

Sobre el cuerpo de Carlos, si es que no lo hubieran incinerado. Sobre el cuerpo de todos los muertos y las muertas por el coronavirus; sobre clínicas y hospitales donde convalecen cientos de mujeres y hombres víctimas del contagio, sobrevuelan los buitres.

No los de las funerarias y de los panteones, sino los de sus propias muertas almas y sus siempre vivas intenciones de hacer un lado la tragedia argumentando que les importa mucho. 

Aplausos y risas grabadas para quienes celebran el triunfo de una fuerza política sobre otra. Un ¡Hurra! por quienes se refocilan en la inmediatez de la coyuntura que les abre la posibilidad de seguir haciéndolo por tres, seis o más años.

¿Reforma electoral? 

Lo siento, ese es un tema que cautivó a la militancia, no a la sociedad civil, esa que sigue llorando a sus muertos.

Pero si se quieren poner muy grillos, sí me llamó la atención el desplegado del PES contra la reforma electoral, sobre todo porque sin traerla, trae la firma de Irma Terán, mejor conocida en los trampolines de la política como “La Mijita Terán”; o la posición del PT y de MC, que ponderaron siempre la contingencia antes que sus propias precariedades.

O la declaración del dirigente estatal del PRI, Ernesto de Lucas, que esbozó su defensa aduciendo que los diputados del PAN se dejaron engañar por “alguien” que les convenció de que estaban dadas las condiciones para una reforma electoral.

Les tronó. De hecho, el PRI se deslindó a tiempo, lo que no es una sorpresa, considerando que el tricolor tiene, desde hace un par de años, cierto tinte guinda, tirando a Morena.

En fin. Las iniciativas de reforma electoral se detuvieron porque el argumento central fue que en las actuales condiciones, todo mundo está más preocupado por el coronavirus y sus secuelas, que por las consecuencias políticas de una reforma electoral.

Pasen lista, uno por uno; una por una, quiénes están más preocupad@s por los muertos, las muertas; las contagiadas y contagiados. Quiénes están haciendo algo por ell@s.

Por Carlos, por otros muertos, por otras muertas.

Yo veo gente desarrollando políticas públicas para mantener a Sonora entre los estados con más bajos índices de contagios y de muertes. 

No sé qué vean ustedes entre el humo de las reformas electorales que no interesaron más allá de las militancias políticas que, lo siento, no suman más del 8 por ciento. 

Celebremos pues, chingao, el interés por la nómina antes que el llanto por los muertos.

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