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Paseo, mientras intento resumir en más o menos mil palabras las intensidades informativas de este martes, la mirada por la modesta biblioteca que tengo enfrente. 

Es un ejercicio que a veces hago para convocar a la musa, cuando hay tanto que escribir en tan poco espacio, cuando la información se abigarra en la cabeza y no se sabe por dónde empezar. Otras veces busco a la señorita inspiración en el brazo de la ceiba donde suele columpiarse, y también funciona.

Viendo sin ver, como al desgano, mis ojos se encuentran con el libro de Sara Sefchovich (Editorial Océano, 2008), País de mentiras.

Lo hojeo (lo ojeo) para refrescar el prolijo recuento que en 390 páginas hace la investigadora, de los pasajes que en los últimos sexenios han acumulado un abultado compendio de noticias para documentar la incongruencia entre el discurso del poder y el ejercicio del poder.

Por allí desfilan temas como el de la autosuficiencia alimentaria, resuelta desde hace dos décadas según el discurso oficial, que no soporta el contraste con una realidad en la que el país importa hasta el 30 por ciento de los chiles que consumimos (y que siguen sin embonar) desde China.

Por allí pasan las Muertas de Juárez y las enjundiosas piezas oratorias sobre el combate al crimen organizado y el no menos enjundioso combate a la pobreza, origen de todos los males. Los textos en el libro documentan hasta el sexenio de Calderón, y por tanto no incluyen casos como el de Ayotzinapa, mucho menos el de Tlahuelilpan.

El combate a la corrupción, la eliminación de privilegios para la alta burocracia, el relanzamiento de la diplomacia y la política internacional; el respeto a la diversidad (religiosa, ideológica, sexual, étnica, política); la transparencia y la rendición de cuentas; la libertad de expresión y sus vericuetos en la relación prensa-gobierno. 

Todo eso y más pasa por ese libro en una danza de letras que parecieran alertar desde hace once años, sobre empresas fantasmas que nutrieron las páginas de la Estafa Maestra y que desde el pasado 1 de diciembre a la fecha siguen apareciendo en las contrataciones millonarias del nuevo gobierno federal (de los estatales y municipales incluso). 

La cancelación del Aeropuerto Internacional y la descomunal, multimillonaria erogación de recursos públicos para pagar ese monumento a la corrupción que luego resulta, no es menos monumental que el cerro de Paula en Santa Lucía que ha metido en un brete peor a los diseñadores y operadores de esa opción aeroportuaria, tampoco aparece en el libro, pero no se diferencia de otros casos en que las políticas públicas que quisieron ser remedio, resultaron peor que la enfermedad. Como relevar la decisión presidencial autoritaria con una consulta a mano alzada en un mitin popular, por decir algo.

“Nunca como ahora ha sido tan necesario mentir. Decir que hay crecimiento y estabilidad social, aceptación internacional, inversiones, menos pobreza, éxito en la lucha contra la contaminación y el narcotráfico, mejoras en la educación y en la relación con Estados Unidos (…) de modo pues que si la mentira constituyó siempre la esencia de la política mexicana, hoy es además indispensable para poder gobernar. De no haber recurrido a ella, el poder se habría visto obligado a reconocer públicamente que no cumplió ni alcanzó sus objetivos y, peor todavía, que no puede hacer nada al respecto”, escribió Sefchovich en 2008.

Once años después el texto mantiene vigencia, no sólo en el plano federal. 

A los gobiernos estatales y municipales parecen no alcanzarles los dedos de las manos para tapar los hoyos de las barcas que hacen agua por todos lados.

Si el ayuntamiento de Guaymas organiza un conversatorio para rememorar los 20 años de la revocación de mandato de Sara Valle, hoy, la alcaldesa Sara Valle (que vuelve al Palacio de Piedra) no encuentra paz ni sosiego frente a problemas aún más graves que aquellos que provocaron su defenestración. 

Si el ayuntamiento de Hermosillo celebra una negociación política de altura para alcanzar acuerdos en el Congreso que le permitan reestructurar su deuda y dar un respiro a sus apremios presupuestales, el fuego amigo incendia los interiores de palacio municipal y deriva en despidos fulminantes por revelaciones descarnadas de sus contradicciones internas.

Si el gobierno del estado presume que por fin se despejan incertidumbres sobre el subsidio a las tarifas eléctricas para el verano, se le indigesta el tema del transporte urbano, que ya cumple dos días semiparalizado y en franca confrontación con los ex concesionarios.

Si la Fiscalía estatal resuelve con prontitud y eficacia crímenes contra periodistas (lo que no hacen ni otras fiscalías estatales ni la federal); o captura a un ministro violador y a un terrorista, que serían casos muy sonados en otras condiciones, en un solo día asesinan a dos hombres en Guaymas y Empalme, uno de ellos, sobrino de una de las llamadas Guerreras Buscadoras, mujeres que buscan bajo la tierra de los más desolados paisajes a sus muertos.

Si en el Congreso del Estado culmina el periodo ordinario con acuerdos, desahogando la agenda de coyuntura después de negociaciones en las que todos terminan tan sonrientes y tan moreteados como el Gallito Estrada, es obvio que dejan para la diputación permanente otros temas que son el prólogo de revanchas anunciadas en las que no se responde chipote con sangre.

No sé usted, escéptica lectora, desilusionado lector, si hayan pasado su vista por el libro que motiva esta columna, pero si no lo ha hecho, no lo haga, porque, como dice en su contraportada: “este es un texto amargo y políticamente incorrecto. Leerlo nos permitirá esclarecer las raíces y la impotencia que sentimos como ciudadanos”.

Y ya mejor me voy, porque ya es primero de mayo, la heroica gesta de los mártires de Chicago, referencia quizás muy lejana, pero útil para entender que a pesar de todo, se avanza, se camina.

O para cerrar con lo que dice la misma Sara, y para alimentar el optimismo, México no es hoy el mismo que era en 1824, en 1880, en 1920, en 1950, en 1980. Eso significa que con todo y la brecha que existe entre discurso y realidad, “de todos modos las cosas caminan, aunque sea ‘informe y caóticamente entre las ruinas del desperdicio burgués y la expansión capitalista’, como dice Monsiváis”.

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