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Bernardo Elenes Habas

Abrió caminos, Jesús Noriega.- Crónicas para la historia (No. 157).- Murió el médico y escritor cajemense el pasado lunes 10 de agosto.- Cronista de su tiempo, descubridor y alentador de talentos literarios.- Compañero de Ramón Íñiguez, admirador de Luciano.

Bernardo Elenes Habas

El doctor Jesús Noriega, dejó escuela con su estilo centelleante y cuidadoso para narrar las cosas de su tiempo.

Para defender las causas en que se involucraba por completo, sin metáforas, haciendo resonar los verbos sentir y servir desde el fondo de su sangre.

Él –Jesús Enrique Noriega Vega-, médico de profesión, narrador, poeta, culturero, quijote moderno de los sueños, por vocación, murió el lunes 10 de agosto.

La triste y lamentable noticia me 

Dr. Jesús Noriega Vega

la transmitió el doctor Rigoberto Badilla, parte del equipo de escritores y promotores creativos que lavan las palabras hasta dejarlas brillantes con agua del río Yaqui, para luego convertirlas en cantos rodados.

Jesús Enrique fue colaborador consistente de Quehacer Cultural, en el Diario, con Ramón Íñiguez Franco, cultivando ambos profunda amistad, pues lo conoció cuando Íñiguez llegó al barrio de Jesús en 1968, para administrar la Unidad Deportiva de la colonia Constitución, en cuya alberca y cancha nadaba y jugaba basquetbol Noriega, siendo niño.

Al morir Ramón (4 de diciembre de 2016), se le rindió homenaje de cuerpo presente en el vestíbulo de la Biblioteca Pública Jesús Corral Ruiz, misma que fundó el 5 de mayo de 1973. Fue el doctor Noriega, quien hilvanó palabras profundas para despedir a Íñiguez Franco. Reconociendo los méritos del creador de los Juegos Trigales del Valle del Yaqui, además de consistente promotor y alentador de las artes literarias desde el faro de cultura en que convirtió dicho centro del conocimiento.

Una de las crónicas más completas, matizada con el estilo ágil y luminoso del doctor Noriega, fue la que realizó sobre el devenir filosófico-cultural de Alejandro Román Rivera, Luciano. Aquél sembrador de ideas, frases, cantos y poemas de sangre yaqui-mayo, quien a veces llegaba a Cajeme desde el Distrito Federal con pantalón de mezclilla, huaraches de tres puntadas, sombrero y morral cargado con hallazgos filosófico. Y en otras ocasiones, luciendo elegantemente trajes cortados a la medida y corbatas de seda.

Eso daba pie –comentaba algunas veces Noriega Vega-, a reclamos en contra de Luciano, pues sus amigos le señalaban, insistentes:

-¿Oye, Luciano, tu eres el filósofo del pueblo, y la forma tan elegante como te presentas no concuerda con el fondo temático de tu libro Cincuenta Pensamientos?

Pero el filósofo, ágil de mente y de palabra, reviraba en el acto.

-Manito, si los toreros para enfrentar a los toros se visten de luces, ¿cómo crees que deba de ataviarme yo, que tengo que enfrentar a la peor de las bestias: el hombre?

Murió, pues, víctima de un infarto, un magnífico narrador, promotor de la cultura, desbrozador de caminos para la gente con vocación creativa en las artes y en la ideología, cuya obra escrita no debe quedar dispersa, y sí convertirse en fogata que alumbre senderos de las nuevas generaciones.

Descansa en paz, Amigo.

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