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Así esperaban la Navidad en Cajeme.- Hace más de 60 años, las calles desnudas y frías de la ciudad, resentían el trajinar de los niños que respiraban la cercanía de Nochebuena, en un ambiente sencillo y rural

Bernardo Elenes Habas

En los barrios primigenios de Ciudad Obregón, las tardes de diciembre se llenaban de regocijo.

Hace más de 60 años, las calles desnudas y frías, resentían el trajinar de los niños que respiraban el ambiente de Nochebuena.

Veían las bandadas de aves cruzando el cielo plomizo rumbo al Valle, ganándole la carrera a las sombras, para refugiarse en sus nidos.

Navidad Cajeme viejo

Trémulas luces de lámparas de petróleo y cachimbas, comenzaban a encenderse en los chinames.

Las madres convocaban a gritos a sus hijos, porque el sol se hundía en el poniente, dejando en el alma perpleja de los infantes un sentimiento inexplicable de orfandad, de pequeñez infinita.

En el cielo, asomaban tímidas las estrellas con su brillo lejano, alcanzando intensidad al paso de las horas, hasta conformar el espectáculo más grandioso de la Creación.

Así era el ambiente que presagiaba la pronta llegada de Nochebuena, en un pueblo con esencia campesina que apenas se convertía en ciudad, donde los ruidos nocturnos de insectos y aves formaban parte del misterio rural que tenía el poblado en sus inicios.

Brotaba el aroma a tamales, cabeza, menudo, champurrado, café, desde las hornillas, donde la leña de mezquite daba calor amoroso a las familias, a sus casas de raíces indígenas, campesinas.

Los niños creían con tierna inocencia que si dormían temprano, pasarían pronto los días, y llegaría el momento deseado en que les “amanecería” juguetes, ropa, golosinas.

Y es que, sencillamente, cada casita de horcones, con paredes de carrizo enjarradas de barro y techo de tierra, era un humilde pesebre, en el que se repetía el nacimiento del Niño Dios.

Así transcurrían los días en el Cajeme antiguo, ante los ojos asombrados de hombres y mujeres, de jóvenes y niños, quienes escuchaban los cuentos y leyendas desgranándose de la voz de los padres, de los tíos, de los abuelos, sembrando para siempre en la memoria y en el alma, con palabras limpias y suaves, el horizonte mágico de generaciones ingenuas, olorosas a tierra, sol, quelites, vinoramas.

Casas de chiname 4

Las madres mostraban, emocionadas, las constelaciones en un cielo que era parte del espectáculo nocturno, mismas que conocían desde su niñez en Cócorit,Providencia, rancherías, campos del Valle del Yaqui, lugares donde brotaron sus vidas y aprendieron la sabiduría de las aves, los árboles, los animalitos silvestres, y por supuesto de sus padres, antes de venirse a residir a la naciente Ciudad Obregón.

Los juguetes estarían, al despuntar Navidad, en las cabeceras de las tarimas (camas de madera con tiras de cuero crudo), que, ciertamente, llenaban de regocijo las almas cándidas de quienes tenían el corazón radiante de asombro.

Pero, el mejor regalo para la eternidad, lo prendían los padres como una gran medalla en el pecho y en el alma de los niños, para que jamás olvidaran sus orígenes, contándoles sobre el nacimiento de Cajeme, sus entornos, el reparto agrario de 1937 ejecutado por Tata Lázaro, los esfuerzos de familias soñadoras…

Es la metáfora sublime que esa generación de cajemenses lleva siempre en sus alforjas para cantarle a la vida, al amor, a la justicia, sin esperar nunca, algo a cambio.

Por eso, quienes fueron niños ayer, aman la Nochebuena en su verdadero simbolismo. Por eso sueñan en que las generaciones de ahora tienen que recibir, de sus padres, una estrella de regalo y la siembren en sus mentes tiernas, en la parcela labrantía de sus conciencias, en los ríos sublimes de su sangre, en los caminos luminosos de la gratitud…

Casas de chiname 2

Dentro de unos días será Nochebuena. Hará frío, quizás llueva. Pero tendremos oportunidad de recordar nuestras raíces, de reconocer en familia, que somos polvo de estrellas…

Le saludo, lector.

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