Los poetas no pueden -ni deben-, permanecer indiferentes ante la oleada de sangre que sacude a los pueblos de Sonora. Cajeme alza sus banderas blancas, sus voces de trigo y resolanas, para ser escuchado, no desde el pragmatismo frío de los políticos, sino desde el sentimiento de quienes, en realidad, como diría Neruda, “tienen un compromiso de amor con la esperanza, y un pacto de sangre con su pueblo”.
Bernardo Elenes Habas
¡Estamos solos!
Una sombra recorre las calles de mi pueblo:
es la rabia que aúlla su impotencia,
al saber que de pronto,
en el cruce de las horas,
brotará de la nada,
mostrando la crueldad de sus entrañas,
la muerte y su metralla.
Una sombra se cierne
sobre un Cajeme incierto,
donde cada quien se preocupa
por sus bienes,
sus proyectos,
su sed de poder acumulado,
su ambición enfermiza,
sin importar
que mueran inocentes
-flores cortadas cuando apenas
asoman el sol de su fragancia-,
sin atender el grito desgarrado
de la gente,
la que pide justicia,
la que enciende una vela
en el charco del llanto y de la sangre,
y alza su voz
para que la paz y el amor
dejen caer
en lugar de casquillos percutidos,
su lluvia adolescente,
junto al pan nuestro
de cada día y cada noche…
Hay un grito devorando los nervios
del silencio,
buscando arrancar
destellos de luz a las conciencias.
Queriendo decir a los seres
de pensamiento subyugado
por el dogma mortal del fanatismo,
que mañana,
los caídos, podrían ser sus propios hijos…
Una sombra recorre las calles
de mi pueblo:
¡es la rabia de saber
que estamos solos!…
(Viñeta tomada de internet).