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Oye, señor General, Tata y protector de indios.- Crónica para la historia (No.152).- ¿Cuándo otro, como tú, vendrá por nuestros caminos?.- Lázaro Cárdenas, escuchó por largas horas y días la voz dolida de los yaquis; sus lágrimas se derramaron bajo el añoso mezquite de la comunila de Vícam Pueblo. No dividió a la Patria, la unió, por eso la historia lo respeta y le cantan los poetas. 

Bernardo Elenes Habas

Exponía, ayer, la forma en que el presidente Lázaro Cárdenas del Río, atendió con intensidad y emoción por horas y días, los problemas de la Nación Yaqui, en sus visitas al Bacatete.

Tata Lázaro 2

No se dio por satisfecho escuchando exposiciones de su gabinete, en 1937 y 1939, sino que se mantuvo en la comunila de Vícam Pueblo, para beberse las voces de hombres y mujeres que sufrieron deportaciones, que regresaron caminando, durante años, desde Yucatán a las alturas del Bacatete, porque el Itom Atchai (Dios) los llamaba, como Ricarda León, abuela del recientemente fallecido Juan Silverio Jaime León.

Miró las cicatrices de la tortura en los cuerpos y en las almas de una tribu hostigada, perseguida, masacrada en las cañadas de su sierra, muriendo de sed al no poder beber porque sus aguajes eran envenenados por el gobierno.

Un 18 de enero de 1900, emboscados en sus rancherías mujeres, niños, ancianos, por las tropas federales, no tuvieron otra alternativa que escalar las cumbres del Mazo Koba en el Bacatete, desde donde se arrojaron al precipicio, antes que entregar el valor de la libertad, lo más preciado para un yoreme.

Todo eso y más, conoció Tata Lázaro, sin escenarios ficticios, sin discursos transformadores, quien no pudo contener las lágrimas en la comunila de Vícam Pueblo, bajo un añoso mezquite, testigo mudo de la llama que se encendía en la sangre del General.

Y sin titubeos, sin demagogia, sin señalar a los conservadores en la relatoría de los hechos como culpables de los renglones torcidos de la historia, sino actuando desde el fondo de su entereza de estadista, de hombre sabio y congruente, dictó decretos sobre derechos de agua, territorialidad, zonas de cultivo, obras complementarias para el riego de tier

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ras, entre otros problemas que habían subsistido por siglos, y que al paso de sexenios y sexenios, afloraron nuevamente.

Todo consta en actas. Se encuentra en los archivos de la historia. Pero está, también, en el río de luz de la poesía, porque poetas cajemenses como Bartolomé Delgado de León, heredó para la posteridad su “Oye, señor General”, donde narra el encuentro del Presidente Cárdenas con los yaquis, como me lo recordó hace unos días mi amigo Luis Alfonso Valenzuela Segura, dirigente agrario, declamador formidable desde su adolescencia, integrante del Grupo Cultural Siglo XX, que alguna vez conformamos en Cajeme, con la guía moral de Bartolomé y Ramón Iñiguez, que en uno de sus fragmentos, expone:

Yo no te vi reír./ Pero los yaquis –azoro en la inmensidad del hambre-/ casi llegaron a beber tus lágrimas./ (Estaba la promesa ¡y la encendiste en la mano angustiada por los siglos/ del mismo Pluma Blanca!).

La promesa/

La que fuiste a dejar al Bacatete,/ trepando desde Vícam, en los tiempos/ en que el 

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fiero yoreme no creía/ más que en sangre, dolor y sacrificio./ La promesa./ La que fuiste a entregar al indio altivo,/ señor de sus montañas y su río,/ echado de su valle y sus potreros./ La promesa. Y Pluma Blanca/ haciéndote escalar rocas de luz/ para verte cambiar ríos de Historia.

Yo no te ví reír. Pero los yaquis/ -años y años después de la promesa-/ te vieron derramar el pozo amargo/ donde yacen las lágrimas del Hombre.(…)

Oye, señor General,/ Tata y protector de indios:/ ¿cuándo otro, como tú,/ vendrá por nuestros caminos?

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