Poema de domingo.- Tiempo de juglaría. De sacar las semillas de los versos que dormitan en mi alforja gris de caminante. De recorrer senderos que se pierden entre la bruma del tiempo y los recuerdos.
Solíamos, el grupo de soñadores que fuimos y seguimos siendo, refugiarnos al caer las sombras, en la sala sencilla de la casita del poeta y periodista Bartolomé Delgado de León, por el callejón República de Cuba, entre 6 de Abril y Elías Calles. Brindábamos y aprendíamos con el Maestro, la práctica dinámica de la preceptiva literaria. Brotaban los acordes de guitarra, con la voz de Lacho Soto, y en ocasiones de Hilario Sánchez, quien llegaba desde Empalme, cargando a cuestas sus canciones entre el rumor lejano de los trenes.
Bartolomé, soltaba las amarras a sus barcas improvisando el primer verso de un soneto, un romance, una elegía. Y nosotros, Rigoberto Badilla, Jesús Antonio Salgado, Luis Alfonso Othón, Carlos Verduzco Meza, Ricardo Nieblas, Daniel Delgado, Luis Alfonso Valenzuela, le dábamos continuidad, siguiendo la forma y el fondo, hasta conformar la espiga breve y luminosa de un poema que se perdía en la nada, porque sus metáforas pertenecían a la noche de hace más de 40 años…
En honor a esos tiempos de juglaría, le entrego hoy un manojo de versos de fin de semana:
Bernardo Elenes Habas
SÉ QUE VENDRÁS…
Sé que vendrás,
que escucharé
tu risa,
cuando en las tardes
retorne caminando
por la ribera
humedecida
del río Yaqui.
Hay tanto que
decirte,
versos de amor
que murmurarte…
Volver los dos
a encender
las hogueras
del recuerdo,
a repasar leyendas
empolvadas,
viejas historias
que se han ido
gastando
entre el silencio
mineral
de nuestra raza…
Yo no lo niego,
he aprendido
a llorar
cuando el invierno
acerca estrellas
a mis ojos.
Cuando me suena
el corazón
como el tambor
más solitario…
Cuando presiento
que habré
de convertirme
en pájaro o sahuaro,
y no podré
aguardarte
como quiero…
Yo sé que estás
más allá
del cerro azul
por donde el viento
asoma.
Más allá
de la flor amarilla
del pitahayo.
Más allá del sol
que dora las espigas
de la siembra…
Y más allá del río,
apenas convertida
en leve brisa…
Pero al cerrar
los ojos
te tengo aquí,
conmigo.
Te escucho.
Te respiro.
Te veo como una
aparición
que me ilumina…
Presiento que vienes
hacia mí,
desde el lejano trazo azul
del Bacatete,
y que juntos
volveremos a encender
la hoguera del amor
en la mitad más fría
de la muerte…
Sé que vendrás,
que escucharé tu voz
cuando el invierno
acerque estrellas
a mis ojos…
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