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El sarampión es una virosis humana exantemática, muy contagiosa, y mortífera. Se transmite por gotitas aéreas de saliva procedentes de las secreciones de vías respiratorias que los enfermos generan al estornudar, toser o hablar. Las epidemias incrementan el ausentismo escolar y las defunciones de niños débiles y malnutridos, lo que afecta la economía, la salud y el bienestar de las familias. Una enfermedad casi erradicada gracias a la vacunación, y reemergente ya que la semana pasada se presentaron 4 casos en diversas partes del país la mayoria en CDMX.

Hemos observado también la transmisión violenta y veloz en guarderías específicamente: un solo niño con coriza y conjuntivitis infectó a 64 no vacunados; también en escuelas y hospitales es incluso, sin duda, una de las virosis más contagiosas. La enfermedad natural induce la inmunidad protectora permanente, lo que quiere decir que no volverá a enfermar por la misma causa. La vacunación en estos casos como en otros es realmente importante para no contraer la mortifera enfermedad. La razón principal de los brotes actuales es la baja cobertura de vacunación en personas que sí la requieren. En poblaciones indígenas aisladas (ciertos grupos marginados de urbes grandes y aquéllos resistentes a vacunarse), el virus suele causar estragos, propagándose rápidamente. Aunque suele ser importado de otras regiones por medio de grupos inmigrantes y a través de viajeros o migrantes, el virus sarampionoso viaja y ataca sin aviso previo; por ello, es indispensable reforzar la vigilancia epidemiológica, tarea no sólo de los epidemiólogos, sino de todo el personal de salud. El sarampión ha seguido el patrón epidémico clásico en poblaciones con más de 300,000 habitantes. Los picos epidémicos estacionales se dan en invierno-primavera, cada dos o tres años, con incremento máximo cada 10 a 15 años. El único reservorio es el hombre, la enfermedad es extremadamente transmisible, las epidemias no pueden evitarse cuando la vacunación protectora no es aplicada pronto, con técnica y dosis correctas, es decir: es muy importante. El efecto mortífero y devastador de los brotes se da principalmente entre los lactantes menores malnutridos, o en personas susceptibles con problemas en su sistema inmune o alguna enfermedad crónica como diabetes. El periodo de incubación del sarampión es de siete a 18 días. El periodo de contagiosidad comienza poco antes de los síntomas como tos y fiebre, extendiéndose hasta cinco días de las manchas en la piel.

Con el uso generalizado de la vacunación antisarampionosa, se registró descenso progresivo de la morbilidad, interrumpido por el gran brote de 1990 y por otro repunte menor en 1997; la enfermedad ha persistido en varios países sudamericanos durante el 2000 al 2004. En México se investiga y hace seguimiento de 2,000 casos de enfermedad febril exantemática por año. A pesar de tan arduo trabajo, en el año 2000 se reintrodujo el virus por dos importaciones de Europa; hubo 30 casos registrados en cuatro entidades federativas. En 2001 se confirmaron sólo tres casos importados; el primero estuvo expuesto frente a un enfermo asiático de los Estados Unidos. En el 2003 hubo dos epidemias, en abril y la primera semana de julio con 22 casos, la segunda comenzó a fines de julio, ambas ocurrieron en el Estado de México y el Distrito Federal. Estas actividades, aparentemente simples, requieren compromiso político sostenido, la organización y coordinación excelente del Sector Salud, la participación activa de la gente y “acción rápida” para reducir el impacto negativo y devastador de las epidemias.

 

Dr. César Álvarez Pacheco

cesar_ap@hotmail.com

@cesar_alvarezp

Huatabampo, Sonora.

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