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Si meditamos acerca de los cambios tan radicales que ha experimentado la profesión médica en los últimos 25 años, no podremos menos que admitir la “lluvia de información” existente, dando lugar a una larga cadena, cuyos eslabones guardan íntima conexión. Una secuencia posible sería la siguiente: aumento del conocimiento médico, aumento de la especialización, aumento de la demanda de servicios, aumento de los costos de esos servicios, incremento de la escasez de personal, aumento de la complejidad y eficiencia del procesamiento de datos y de los medios de comunicación, aumento de la institucionalización, aumento de las demandas del público en una u otra de estas fases, y de las exigencias para obtener información pormenorizada e instantánea. Son los “inevitables” de la medicina actual, y nada permite prever que no aumentarán en un futuro.

Un público ignorante de su enfermedad corre el riesgo de perpetuar los errores que lo han expuesto a factores causales de esta misma, lo cual sería una paradoja si aceptamos que las campañas educativas de prevención de enfermedades se esgrimen orgullosamente en una época de la medicina con notables avances. Por otro lado un público excesivamente informado, siempre lo será en forma inadecuada, y corre el riesgo de adquirir juicios erróneos, y de tomar decisiones incorrectas, entra otras en el orden terapéutico (automedicación). La excesiva información es una experiencia habitual en nuestro país durante determinadas épocas del año y, coincidiendo con algunas campañas de prevención, engendra en forma cíclica fobias y ansiedades innecesarias y perturbadoras de la salud y tranquilidad de la población. No debe olvidarse la posición tan especial de la medicina, resultante del hecho de que el hombre se interesa personalmente por su salud. Creemos que no se puede eludir el problema de la información médica. La radio, la prensa y la internet constituyen los medios de información de la era moderna. La última ha desplazado a los otros medios por el impacto del procedimiento audiovisual, y el carácter activo, agresivo e imperativo de la imagen. La radio y la televisión tienen el privilegio de poder alcanzar un público de mayor marginación y que, generalmente, no dispone de otro medio de información. En la prensa aparecen publicaciones esporádicas destacando los progresos médicos de mayor significación, y es ya un hecho habitual la inclusión de una sección de aparición periódica, con artículos de divulgación escritos por médicos que pueden utilizar a veces seudónimos. Es tan atrayente esta información que en muchas revistas femeninas compite con otras secciones, y así el ama de casa se entera en forma simultánea de cómo preparar una receta, tendencias de moda y de la efectividad de la vacunación contra la rubeola. Para el médico esa relación del público genera ocasionalmente situaciones irritantes. Es habitual el ser sometido a este tipo de preguntas: ¿Doctor, qué piensa usted acerca de lo que leí en el Times?, ¿En el último número del Reader’s Digest? ¡Qué hacer!, me preguntó en cierta ocasión un médico recién iniciado en el ejercicio de la profesión. Mi primer intento de respuesta fue: “Pues lee ese tipo de revistas y así, por lo menos, no estarás menos informado que tus pacientes…” Se debe pugnar en nuestro medio una situación que nos parece incontrovertible. En efecto, la “especialización” del periodista, mediante el contacto directo y frecuente con los profesionales de la medicina, lo ha calificado en forma creciente para redactar el tipo de información de los atributos antes mencionados: información ágil, comprensible, capaz de producir impacto y despertar interés. Pero, simultáneamente, la fuente de información, o sea los médicos, es identificada plenamente, y en forma directa o indirecta atraen hacia ellos la atención del público. ¿Cómo conciliar la necesidad de informar adecuadamente al público, satisfacer la curiosidad periodísticamente, y no alterar las normas éticas de actuación que nos hemos impuesto y debemos cumplir? Probablemente creando prensa informada, sobre todo en nuestras instituciones, con el fin de centralizar el suministro de toda información de orden público. Se obtendrá así información adecuada, se evitaría la propaganda descarada, y las declaraciones con fines publicitarios, y los órganos de publicidad tendrían una fuente constante de información veraz y despersonalizada. Se logra así, ordenar un poco esa lluvia de información, viendo sobre todo quien escribe o de donde viene la información.

Dr. César Álvarez Pacheco

cesar_ap@hotmail.com

@cesar_alvarezp

Huatabampo, Sonora.

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