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Con estas breves palabras encabezo otra más de mis OCURRENCIAS,  tema que comparto con ustedes,  intentando con esta reflexión, sacar agua de esta generosa y divina pila bendita que significa LA FE EN DIOS y rociarla entre mis queridos hermanos para que reavivemos y disfrutemos alegre y gozosamente de este gran don que llevamos en nuestro ser.

Tal  parece que el mismo curso de nuestra vida  la modernidad, el materialismo, la frialdad, la indiferencia, las ideas y pensamientos contrarios a nuestra fe cristiana y entre muchas otras  cosas, la ignorancia existente de todo el contenido valioso de nuestra fe cristiana, han sido los factores  principales que han influido hacia una baja estima de los  trascendentales valores y  dones recibidos en nuestro bautismo.

Esto se refleja en un desinterés general, principalmente  de la  juventud, midiéndose  este calificativo en función de una gran ausencia notable del Pueblo de Dios, los mismos bautizados, a la Santa Misa, creándose ya en sus corazones y en su mente, una cultura de desestimación del inmenso valor  espiritual que contiene esta bendita devoción para conservar y consolidar el don de la fe que ya tenemos todos los bautizados en nuestra iglesia, para vivir conforme al Evangelio que Cristo, nuestro Salvador, nos dejó con su Redención: Vida, Pasión, Muerte y su Gloriosa Resurrección.

Para ser más objetivo, pongo como ejemplo la necesidad que tiene nuestro cuerpo de beber agua todos los días si no, fenece. Así es nuestra fe, tiene que abrevarse constantemente con la oración. No desaparece pues es un don infinito, imborrable, paro si se va apagando con nuestro frío e indiferente comportamiento.

Lo extraordinario de la fe es que El Señor, desde tiempo inmemorial, camina silenciosa y amorosamente contemplando el comportamiento de sus hijos, sin reclamo alguno.

Hay que comprender que la Santa Misa, es la Oración más grande que tiene nuestra iglesia,  no es un invento del hombre. Representa el Memorial del Banquete Pascual realizado por Jesús y sus discípulos en aquella notable Última Cena, antes de partir hacia su muerte en la cruz, en el ritual de la tradición judía de esa celebración. Ahí instituyó  la Santísima Eucaristía, suplantando alegóricamente el Señor Jesús en ese momento con sus propias palabras, sería la inmolación del cordero pascual que tradicionalmente  se sacrificaba, anticipando su sacrificio en la Cruz, como sucedió,  expresando al final a sus apóstoles: ”HAGAN ESTO EN RECUERDO MIO”.

Eso es lo que está haciendo nuestra Santa Madre Iglesia Católica Apostólica Romana, desde su creación por los apóstoles, realizar diariamente este sublime ritual en la Santa Misa en todo el orbe y en todos los templos, la Santa Eucaristía, obedeciendo a ese mandato de Jesús, que todos los fieles vamos a deleitar, a comer físicamente, para incrementar y robustecer nuestra fe en Jesús, Dios mismo.  Repito, no es pues un invento del hombre, es el mandato de El Señor.

Bastaría solo con ese gran motivo para que todos los cristianos atiborráramos los templos – AL MENOS EL DOMINGO, DIA DE GUARDAR como se decía antes –  y que con gran fe fuéramos a la Santa Misa  para vivir esta sinigual  experiencia cristiana.

Ante esas notables ausencias dominicales y esa  notable disminución de fe, sin embargo que bien que subsista en nuestro medio católico, la costumbre de acudir a este santo Sacramento de la Eucaristía para legitimar el espíritu cristiano, ofrecer de esa manera y dar gracias al Señor en esos alegres momentos de: bodas, bautismos, primera comunión, funerales – también en fe, es alegría reunirse con El Señor –  graduaciones, etc., solo para revestir, como un disfraz, socialmente su fe, que realmente yace en su interior y los mueve con todo su valor, reclamando, pienso yo, silenciosamente la misma fe,  le demos siempre el cálido y auténtico valor que tenemos en nuestro interior.

Ante el comentario anterior por supuesto que en nuestra jerarquía eclesial siempre existirá el espíritu de atender con igual atención a justos y  pecadores ¡Faltaría más hacer confesiones previas!

Cuando observamos que el mundo entero se encuentra tan deteriorado moral y espiritualmente, nuestro país y hasta nuestras pequeñas comunidades no se escapan de tal deterioro, es cuando tenemos que hacer un alto y reparar nuestros desvíos, esa vida disipada, sin valores espirituales, sin un futuro halagador. Es entonces cuando se tiene que hacer un alto y regresar a la Casa del Padre, para reestablecer la Fe y la moralidad perdida.

La paz interior, la moralidad, la felicidad, en suma: la vida integral,  se alcanza también, con una Fe robusta, llena de los valores y dones obtenidos gratuitamente en nuestro Bautismo. Hagámoslos buenos reiniciando el camino que nos lleva a ese feliz destino.

Aclaro que soy un creyente normal, nada espectacular  la santidad me queda aún muy lejos, ojalá la alcanzara algún día.

Gracias por leer otra más de mis modestas OCURRENCIAS, esperando que al menos uno, incluyendo a los candidatos a la presidencia de la nación, como premio de consolación, haya decidido regresar a la Casa de nuestro Padre. ¡Ya es ganancia!

RENE GIL GUTIERREZ

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