Una tarde plomiza de diciembre, cuando las aves cruzaban en parvada en pos de sus nidos, rumbo al valle, María, mi madre, me dijo que eran mías, que me las regalaba.- Y después de tanto tiempo transcurrido, sigo creyendo en su heredad.
Bernardo Elenes Habas
Soy el dueño de las aves
que surcan el cielo rumbo al valle
en el invierno.
Me las regaló María, mi madre,
cuando niño.
Yo le preguntaba, emocionado,
en la mitad del patio del chiname,
cuando el viento del invierno
bajaba aullando de la sierra,
golpeando el espejo
que querían convertirse
en equipatas,
de quién eran tantos pájaros…
-Son tuyos –respondía
con voz suave,
mientras mirábamos
el vuelo de gorriones y palomas.
-Son tuyos, pero tienes
que cuidarlos
para que llenen los árboles
con nidos,
para que vuelen sus canciones
por el viento
y se metan al alma dormida
de la gente…
Yo le creía a mi madre.
Mujer que me enseñó a escribir
sobre la tierra,
como sol, viento, caminos,
las que repasaba lentamente
con mis dedos
sin saber que su savia se volvería
torrente de mi sangre.
Desde entonces
las aves que cruzan
rumbo al valle,
a mí me pertenecen,
y con la magia de la vida
las convierto en poemas
para que vuelen,
durante este invierno
al encuentro del corazón
sencillo de seres
como tú…