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PRIMERA LECTURA (Isaías 6,1-2.3-8)

«“¿A quién enviaré? ¿Quién irá de parte mía?” Yo le respondí: “Aquí estoy, Señor, envíame”», la vocación no siempre puede ser descrita con palabras; se trata de una experiencia tan íntima y personal que la forma de comunicarla solo puede ser simbólica pues el misterio de Dios en muchas ocasiones evade nuestros esquemas racionales. Y, sin embargo, no es algo irracional. La llegada de Dios a nuestra vida nos otorga una nueva manera de contemplar el mundo y acercarnos a él. Para Isaías vocación es fundamentalmente religiosa pero no lo abstrae del mundo, no lo invita a encerrase en sí mismo y evadir las complicaciones propias de la vida, muy por el contrario, después del encuentro con Dios, especialmente en la Eucaristía y la Oración, somos “enviados” a encontrarnos con nuestros hermanos con la misión de ser mensajeros de la Buena Nueva y constructores del Reino.

SEGUNDA LECTURA (1 Corintios 15,1-11)

«Este Evangelio los salvará, si lo cumplen tal y como yo lo prediqué. De otro modo, habrán creído en vano», en muchas ocasiones utilizamos el posesivo para referirnos a las cosas santas: “mi” Dios, “mi” fe o “mi” Iglesia. Lo anterior no constituiría mayor problema si estas expresiones significaran una mayor adhesión y compromiso para con nuestro “ser” cristiano. El problema radica cuando estas expresiones manifiestan una idea muy “personal” acerca de la “fe”, de “Dios” o de la “Iglesia”, es cuando hacemos una “fe”, un “Dios” o una “Iglesia” a nuestra medida que justifiquen un cristianismo “light” o de cumplimiento que satisface nuestro ego pero que, al no vincular, no salva. Es muy común que, en nuestro tiempo, manifestemos nuestro desacuerdo con aquella doctrina de la Iglesia, especialmente en materia moral, porque no nos gusta o conviene, pero la salvación no es cuestión de consenso o idea de democracia mal entendida. No es el Evangelio el que tiene que hacerse a nuestros intereses o estructuras mentales, somos nosotros los que recibiendo con fe la Buena Nueva nos vamos configurando con Jesucristo para ser sus testigos.

EVANGELIO (Lucas 5,1-11)

«¡Apártate de mí Señor, porque soy un pecador!», Simón ha experimentado con la cercanía de Jesús una experiencia definitiva de su fragilidad humana, es la humildad de quedarse sin nada y que lo que se tiene es un don inmerecido. Ahora se contempla tal cual es, hasta ese momento su vida ha consistido en esfuerzos personales para alcanzar sus objetivos, pero al igual que con la pesca que durante esa noche ha sido infructuosa, reconoce que lo único que ha logrado es cansarse y quedarse con un vacío más profundo que el que precisamente quería llenar. Simón descubre que la fuente de la felicidad no está en la propia limitación de nuestro ser humano, pues la limitación sólo produce limitación, sino en Aquel que ahora se acerca a su vida y la toca para transformarla pues con una palabra ha cambiado el fracaso en un éxito total. Desde ahora, Simón será él mismo, pero mejor, cuando Jesús llega a nuestra vida nos lleva a la plenitud de lo que estamos llamados a ser.

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