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En el recuento de los daños hay una estadística que no aparece. Que se pierde en el paso del tiempo y la memoria de corto plazo.

El universo que la conforma es amplio, muy amplio y heterogéneo: la estadística de las víctimas del desgano y el valemadrismo; del olvido y la irresponsabilidad que hoy se complementa con la del cinismo de quienes ponen el grito en el cielo cuando aparece un bache, por decir algo, pero voltean hacia otro lado cuando les preguntan por lo que hicieron en materia de pavimentación cuando eran gobierno.

Y así nos podríamos ir: desde los enfermos que se tiraban de las camillas. José Sánchez Carrazco y Constantino Ortiz Rendón, jornaleros agrícolas muertos a las puertas de la clínica de la Secretaría de Salud en Empalme, como los casos extremos de la desatención, mientras el titular de esa dependencia –hoy prófugo de la justicia-, Bernardo Campillo se daba vida de rey entre la compra de lujosas residencias y su cara afición por los caballos de registro.

Desde los niños que tomaban clases bajo un árbol, sentados en huacales de madera o en lo que estuviera a su alcance, mientras los amigos constructores del gobierno en turno hinchaban espantosamente sus cuentas bancarias con una modernización educativa que se redujo a fachadas y tejabanes cobrados a sobreprecios desmesurados.

La estadística de daños y hasta el cobro de vidas por accidentes en carreteras secundarias en los valles y en la sierra, completamente destrozadas y olvidadas con el mismo descaro con que salían del horno de la corrupción, las comaladas de nuevos ricos, muchos de ellos funcionarios metidos a la industria de la construcción.

Las tareas de reconstrucción han sido difíciles pero no han dejado de hacerse. El costo, elevado, y lo estamos pagando todos. Todos, incluyendo los ciudadanos que votaron por la alternancia en 2009, sin imaginar siquiera los estragos de la traición al voto popular que durante seis años se fue tejiendo, sistemáticamente, inspirada en un revanchismo enfermo, en una dicotomía siniestra según la cual los ángeles iluminados eran el cerrado grupo gobernante, hoy diezmado y a salto de mata; mientras los malos eran la legión de ciudadanos que por alguna razón u otra, disentían de las formas en que se estaban ejerciendo las políticas públicas.

El ejemplo más a la mano de ese revanchismo se resume hoy en el caso del Hermosillo Flash. Ese icono de la comunicación que nació en 1980 y cuya concesión vencía en 100 años, pero sólo llegó a 30, pues en 2010 fue derribado con maquinaria pesada, mientras el secretario de Infraestructura Urbana, José Inés Palaxox festinaba el objetivo cumplido por “las ganas que tenía de echárselo”.

El drama de esta familia es uno, pero hay muchos más, que no alcanzan la reverberación mediática, aunque no por ello sean menos graves y también hayan costado mucho dinero y hasta vidas humanas.

El Hermosillo Flash era una pantalla electrónica que en su momento revolucionó la comunicación en cuanto a la brevedad e inmediatez de sus mensajes luminosos. Era, digamos, el Twitter municipal de Hermosillo.

Empresa propiedad de la familia Gómez Torres, que durante la campaña electoral de 2009 no pudo, o no quiso acordar un convenio con el entonces candidato del PAN, Guillermo Padrés, que a la postre resultó triunfador. La venganza llegó rápido. El Hermosillo Flash fue derribado y con él, la empresa de una familia que comenzó a resentir los estragos del desamparo económico, hasta llegar a la muerte de su fundador, don Eduardo Gómez Torres; los estragos en la salud de su esposa, la desesperación de los hijos.

Entonces comenzó un litigio por el resarcimiento del daño. Un largo litigio, por cierto. La administración municipal de Javier Gándara Magaña, que validó la destrucción de la pantalla electrónica ‘pateó el bote’ hasta heredarlo a su sucesor, el también panista Alejandro López Caballero, quien pagó (con recursos públicos, desde luego), dos millones 600 mil pesos que era el monto en que fue valuada la construcción.

Pero la familia, justamente, reclamaba más que eso. Reclamaba el daño patrimonial y la indemnización por los ingresos que dejaron de percibir a raíz de la destrucción de la empresa. Un monto de 77.2 millones de pesos.

El asunto llegó a la actual administración y un juez ordenó el cumplimiento de ese pago. El Ayuntamiento se declaró sin capacidad financiera para solventarlo. Se abrieron rondas de negociación con la familia y finalmente, el alcalde Maloro Acosta negoció un pago de 30 millones de pesos. 24 de ellos mediante un terreno de 59 hectáreas localizado al sur de Hermosillo, y seis millones de pesos en efectivo, a pagarse durante los próximos seis meses.

¿Es dinero del alcalde? No. Es dinero (o bienes) del Ayuntamiento, que administra el alcalde. ¿Quién es el que finalmente va a pagar por el revanchismo de Guillermo Padrés y Javier Gándara? Pues todos nosotros, incluyendo aquellos que aplaudían como focas al lado de José Inés Palafox, y festinaban entre el polvo del trascabo derrumbando el Hermosillo Flash, el corolario de ‘las ganas que traían de echárselo’.

Ayer, representantes de la familia Gómez Torres y del Ayuntamiento firmaron el convenio para cerrar este capítulo negro de la historia de Hermosillo. Un capítulo escrito con el sufrimiento de una familia. Con muertes de por medio, que no aparecen en estadística alguna, pero quedan como referente para que esas historias no se repitan.

Aunque hay, desde luego, intenciones de esos mismos que la escribieron, que la provocaron, para regresar por sus fueros, apostándole al olvido, a la memoria de corto plazo que hoy se regodea con un bache, pero se olvida de las condiciones en que estaban las calles de la ciudad en diciembre de 2015. En fin.

II

Y bueno, comenzó el periodo vacacional y con él la oportunidad de conocer y gozar algunos de los muchos y muy variados destinos turísticos con que cuenta el estado de Sonora, para reencontrarse con las tradiciones, las actividades culturales, la gastronomía, la diversión, deportes extremos y especialmente, su gente.

Una opción que acaba de ser reinaugurada, después de que el abandono institucional la dejó deteriorarse al grado de casi dejarla en ruinas, es el Delfinario Sonora, que hoy cuenta con instalaciones remodeladas y modernizadas, pero sobre todo, con cuatro delfines entrenados para presentaciones educativas en las que se puede conocer todo lo relacionado con la sorprendente y maravillosa vida de estos mamíferos marinos.

Con esta reinauguración se ha conseguido un objetivo doble: por un lado rescatar este centro como uno de los atractivos turísticos de alto nivel en el litoral guaymense, y por otro, reiniciar el programa de terapias para niños con discapacidades físicas y mentales, lo que también había sido cancelado debido a que la anterior administración logró lo histórico e inédito: contar con el único delfinario sin delfines en el mundo. Vaya cosa.

Además de los cuatro delfines entrenados, participan de las presentaciones educativas, dos lobos marinos que vale la pena conocer.

Es tiempo de vacaciones. Suelte el cuerpo, relaje el alma. Cierre aunque sea por un momento la estresante agenda de extradiciones y políticos prófugos; de socavones, marchas y plantones; de indicadores amargos sobre los días que nos tocó vivir. Y abra la agenda de la convivencia familiar, el reencuentro con los suyos, el relax aunque sea momentáneo, al que todos tenemos derecho y nos merecemos después de vivir al filo de la nota roja.

Total, ya volveremos a encontrarnos con ello, pero por lo pronto, hay que buscar la forma de distraerse un poco, y una opción excelente y a precios módicos, es el reinaugurado delfinario. Si ya lo conoce, revívalo; y si no, conózcalo, no se va a arrepentir.

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