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De la democracia a mano alzada, pasando por el tribunal de la turba y el grito plazuelero que cosecha el aplauso fácil; la competencia por ver quién aporta más infiltrados y quién es más ciudadanamente puro y virginalmente apartidista.

De la lucha de clases a la lucha por el micrófono, ese aparatito que compite con el grito a voz en cuello y agiganta los radicalismos que exigen barrer con el maldito sistema corrupto y hace que los llamados a la mesura y la organización pasen a ser un murmullo que se va diluyendo en la nada, como el movimiento mismo, como la razón original de la protesta, como las demandas que se acumulan sin ton ni son y dificultan la sistematización de un pliego petitorio que lo mismo exige la renuncia del presidente de la República que la devolución del mercado de mariscos en Guaymas; de la abrogación de las reformas estructurales al incremento del salario mínimo; de la reinstalación de maestros cesados a la expulsión de la empresa TecMed “de Ciudad Obregón, de Sonora y de toda la República Mexicana”.

Del gasolinazo ya nadie parece acordarse. Las demandas originales del movimiento palidecen, se difuminan frente al agarrón de los líderes que intercambian metrallas de acusaciones, plantean diferentes formas de abordar la coyuntura y distintas rutas para alcanzar objetivos que ya no se sabe bien a bien si tienen que ver con el alumbrado público en Hermosillo o la solidaridad con los jornaleros agrícolas del Valle de San Quintín, en Baja California.

En el auditorio del Congreso del Estado, el movimiento tiene más vanguardia que bases. Todos se asumen representantes de algo aunque en algunos casos sólo se representen a sí mismos. Todos gritan y se acusan. Admiten que el movimiento está lleno de infiltrados y que hay desconfianza entre unos y otros; se miran con recelo y se acusan mutuamente. Hasta para decidir si la asamblea prosigue en el auditorio donde habrían de esperar a los diputados, o trasladarla a la Sala de Comisiones hay diferencias.

Algunos se ponen de pie y comienzan a abandonar el auditorio, decepcionados. Rosa María O’Leary, veterana de mil batallas y una de las originales convocantes a este movimiento tiene un desplante de humildad: “Yo no tengo gente, soy una ciudadana que está hasta la madre”, dice, mientras lamenta la confrontación de sus compañeros: “Me da vergüenza este cagadero”, sentencia, y advierte que mejor se retira.

Hay voces que la llaman a quedarse.

Patricia Duarte, que nació al activismo de la manera más cruenta, al perder a su hijo en el incendio de la Guardería ABC, formando el movimiento 5 de Junio y posteriormente sumándose a otros movimientos como el de la CNTE y los desaparecidos de Ayotzinapa, trata de plantear la posibilidad de obtener algo tangible en medio del desparpajado pliego petitorio.

Enumera las demandas que supone puede resolver el Congreso local: eliminación de la caseta de cobro en la salida norte de Hermosillo, no a la concesión del alumbrado público, no al incremento a las tarifas de agua, reinstalación de maestros cesados…

-¡Y los tirabichis de Cajeme!, grita alguien al fondo del auditorio.

-Ah, sí, también lo de los recolectores de basura…

Finalmente deciden ir a la Sala de Comisiones. Los recibe la mesa directiva que encabeza la cajemense Brenda Jaime. La flaquean Juan José Lam, Carlos León, Lissete López, Teresa María Olivares.

Y aquello se convirtió en un jaripeo. Acá el Pollo Medina cuestiona sobre los criterios para aprobar un incremento al salario mínimo para dejarlo en 100 pesos diarios, mientras aprueban salarios de 120 mil pesos mensuales para diputados y otros funcionarios de gobierno.

Más allá un ciudadano del Río Sonora exige le aclaren con qué habitantes de esa región se han reunido los diputados, para decidir qué es lo que más conviene a la zona porque el trabajo de la Secretaría de Salud no tiene que ver con la propiedad social de la tierra (¿?)…

Patricia Duarte insiste en las demandas que pueden ser resueltas allí mismo, según ella, y por otro lado Isabel Dorado recuerda que él fue de los primeros en oponerse a la concesión del alumbrado público y al incremento a las tarifas de agua y multas de tránsito. Cita que por oponerse a la corrupción (de agentes de tránsito), tiene su carro en el corralón desde el año 2012 y no se lo han regresado…

Una chica interviene para recordar que están instalados como mesa de trabajo y no para tratar temas atrasados. También habla una señora que se identifica como María. Viene de Guaymas y cuestiona a los de Hermosillo, que nomás ellos quieren usar el micrófono. Siempre hablan los mismos, dice.

Una profesora lanza un encendido discurso sobre la lucha de los maestros por democratizar el país, y cuestiona que el Estado abandone la rectoría de la educación para cedérsela a los empresarios; exige que se sancione a quienes criminalizan la protesta magisterial y pide castigo para los policías que levantaron un plantón en marzo del año pasado y que se suspendan las evaluaciones a maestros.

Le secunda José Guadalupe Valenzuela, también de la CNTE, quien exige la cancelación del gaseoducto y del acueducto independencia, así como la liberación de un indígena yaqui preso, así como la cancelación de las concesiones a empresas mineras y la abrogación de la reforma educativa.

Los diputados y algunos asistentes, incluso del propio movimiento nomás ven pasar de un lado a otro la metralla de demandas tan diversas.

Ni siquiera los de mayor experiencia en estas lides, y de mayor bagaje político, como el ex diputado perredista Jesús Ávila Godoy pueden poner en la mesa una agenda más o menos coherente. Se lamenta de la ausencia de los coordinadores parlamentarios, que son quienes pueden tomar decisiones.

Otra maestra le sucede en el micrófono y pide solidaridad con los compañeros de Mexicali que fueron reprimidos ayer.

Más de dos horas en esta dinámica. Más de dos horas hablando de todo y de nada. La presidenta del Congreso reitera que el motivo de esa reunión era la presentación de una calendarización de temas para discutirse en mesas de trabajo y esa la tiene en la mano.

Pero la idea no es, por lo visto, calendarizar algo, sino arengar sobre la eliminación del IEPS y el fuero a diputados, así como las plurinominales y que se rebajen el sueldo los legisladores, alcaldes y funcionarios de gobierno…

Por último, hablan un par de representantes de los jornaleros agrícolas, uno de la costa de Hermosillo y otro de San Quintín, Baja California. Éste último la emprende contra el presidente Peña, habla de organizarse y luchar. Con acento de quien tiene el español como segunda lengua, dice que las manos trabajadoras son las que pagan el salario de los funcionarios de gobierno, y muestra la palma de su izquierda, que a leguas se ve, hace mucho que no sabe lo que es agarrar un azadón.

Para esas horas todos lucen cansados, no tanto por las dos horas de discursos que no llegan a ningún lado. Una señora dice que se va de allí con un mal sabor de boca. Que la reunión no ha servido de nada. Muchos sienten lo mismo.

Acuerdan volver el jueves para ver si los diputados llevan al pleno algunos de los puntos allí planteados.

La presidenta del Congreso les reitera que esas demandas ya han sido tratadas y canalizadas a las instancias de gobierno municipal, estatal y federal correspondientes, mediante exhortos. Que otras ya fueron resueltas incluso antes de que comenzara el movimiento.

Y se van, como vinieron. Desarticulados y confrontados. Sin una agenda concreta que los unifique, sino con un pliego petitorio que más bien los dispersa. Con muchos líderes y muy pocas bases.

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