Poema de domingo.- La furia del subsuelo se desplazó poderosa entre las raíces de la Patria. Primero en 1985, luego en 2017, con epicentro en un 19 de septiembre, marcado por el calendario del dolor y del asombro. Ayer se cumplieron 35 años del primer terremoto y 3 del segundo. Fenómenos que dejaron muerte y destrucción, pero despertaron el corazón noble y solidario del pueblo de México. Hoy, le entrego un poema que escribí el 21 de septiembre de 2017, como testimonio de fe por las manos anónimas de la gente…
Bernardo Elenes Habas
SISMO
Un día, el viento y sus presagios
regresaron.
Repasaron con la mano del tiempo
el pecho de la tierra.
Se metieron entre el fuego de volcanes.
Impactaron el secreto de las grutas.
Hicieron que el hombre
cayera de rodillas.
Un día, después de la canción
deshojada por las horas,
la brisa adolescente
lloró a mitad de la mañana.
Llegaba, subterráneo,
el grito de los siglos,
sacudiendo las sombras,
la distancia,
fracturando el horizonte
con el gorjeo estremecido de las aves.
Un día,
el destino estricto, inconmovible,
desandando caminos,
se bebió la tormenta y sus relámpagos.
Arribó al punto exacto
para oficiar de nueva cuenta
la liturgia del dolor
y de la muerte…
Un día, brotaron del silencio
las manos extendidas de la gente,
el sentimiento anónimo
buscando resarcir
el hilo quebrantado de la vida,
enviar sorbos de fe entre los escombros,
donde palpitaba un corazón sin esperanzas,
resignado a morir
sin ver ya más los colores de la aurora,
sin sentir el sol entre las manos,
las lluvias en el rostro, sobre la piel
del alma…
Un día, llegaron tras el sonido
metálico de palas,
por el resquicio apenas perceptible,
la luz de las palabras,
repitiendo incesantes…
¡no están solos…!
como una multitud de voces solidarias…
Un día…
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