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PRIMERA LECTURA (Hechos de los Apóstoles 2,1-11)

«Se llenaron todos del Espíritu Santo y empezaron a hablar en otros idiomas; según el Espíritu los inducía a expresarse», este acontecimiento no sólo abre el corazón de los discípulos del Resucitado, abre las puertas de la casa donde se encuentran y llenos de un valor que solo puede ser causado por la gracia son lazados a la misión de hacer que todos conozcan a Jesús, el que ha muerto y Resucitado reconciliándonos con Dios. Es posible que nos llame la atención el hecho de que los discípulos empiezan a hablar en idiomas distintos para hacerse entender, sin embargo no es lo más importante, sino que es este Jesucristo en quien las promesas que Dios había realizado a su pueblo en el Antiguo Testamento llegan a su pleno cumplimiento. La soberbia de llegar a alcanzar a Dios por el propio esfuerzo trajo, en Babel, la confusión de las lenguas impidiendo que los hombres pudieran entenderse. Con la efusión del Espíritu, el entendimiento entre los hombres y, entre ellos con Dios, no se da desde el esfuerzo sino desde el encuentro facilitado por la gracia. Es posible que el idioma que hablamos sea muchas veces obstáculo para el encuentro con los otros, pero hay otro idioma que todos hablamos y nos permite entendernos de corazón a corazón: el amor.

SEGUNDA LECTURA (Gálatas 5,16-25)

«Si tenemos la vida del Espíritu, actuemos conforme a ese mismo Espíritu», es muy triste que precisamente sean cristianos los que en muchas ocasiones sean la causa de los conflictos que ocurren a todos los niveles. Que seamos precisamente nosotros, los que estamos llamados a convertirnos en principio de unidad y promover el entendimiento, pues el Espíritu nos impulsa a la comunión, esto es un escándalo ante el mundo. La mejor manera en la cual podemos aportar al crecimiento del Reino es poniendo a disposición de todos los dones con los que el Señor nos ha bendecido y luchar de una manera decidida por evitar el pecado que es en última instancia lo que causa la división.

EVANGELIO (Juan 15,16-27; 16,12-15)

«Cuando venga el Paráclito, que yo les enviaré a ustedes de parte del Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí y ustedes también darán testimonio», por el bautismo hemos sido constituidos templos vivos del Espíritu Santo, somos morada permanente de la tercera persona de la Santísima Trinidad, y es precisamente en este nivel desde donde tendríamos que cuestionar seriamente qué significado debe tener para nosotros esta realidad. En las Iglesias, desde el Sagrario, Cristo Eucaristía proyecta su amor a todos los que con fe se acercan a su presencia para pedir su bendición. ¿Qué proyectamos nosotros en nuestra vida cotidiana? ¿Podemos considerar que el Paráclito nos impulsa a dar testimonio del Resucitado? ¿Hacemos la diferencia en los lugares en los cuales día tras día nos movemos? ¿Nuestra presencia es signo de bendición para todos aquellos con los cuales convivimos? Jesús no duda de nuestra capacidad para dar testimonio, es más, Él está seguro de ello, es tiempo de olvidar nuestros miedos y dejarnos animar por el Paráclito.

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