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DOMINGO II ORDINARIO (ENERO 20 DE 2019) 

PRIMERA LECTURA (Isaías 62,1-5)

«Como un joven se desposa con una doncella, se desposará contigo tu hacedor; como el esposo se alegra con la esposa, así se alegrará tu Dios contigo», ciertamente en este pasaje tan intenso emocionalmente del profeta Isaías podemos identificar sentimientos netamente humanos y es que, cuando nos relacionamos con Dios y hablamos con Él y de Él no podemos hacer a un lado nuestros sentimientos. Los sentimientos humanos son un lejano referente del amor Divino, el problema es que siempre están impregnados de nuestra pobre fragilidad humana, es entonces cuando los sentimientos se pervierten y pueden hacer daño. El amor de Dios no es un sentimiento, no está condicionado por absolutamente nada; para Él no hay buenos o malos hijos, hay simplemente hijos. Cuando ama, Dios manifiesta su naturaleza más profunda, su ser mismo. Si bien es cierto, nunca alcanzaremos a igualar la perfección del amor Divino, estamos llamados a amar como Él desde nuestra limitación humana y, aunque a veces no logremos nuestro objetivo, nuestra misión será amar como Él nos ha amado primero.

SEGUNDA LECTURA (1 Corintios 10,30-38)

«En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común», la misión de Pablo consistió en fundar comunidades por medio de la predicación de la Buena Nueva del Señor Jesucristo. No eran comunidades perfectas, sin embargo, era indispensable que lo que las animara fuera la búsqueda de la voluntad de Dios y vivir el Evangelio. La comunidad, por la gracia, se transforma en el cuerpo de Cristo. Todos los miembros, por medio del Bautismo, somos importante en su constitución y funcionamiento. Cada uno tenemos dones y carismas distintos, eso no nos hace ni mejores ni peores, lo que si hace la diferencia es cuando esos dones los ponemos al servicio del cuerpo de Cristo que es la Iglesia. Lo más triste es cuando el cristiano se convierte en un simple espectador que critica mucho pero no hace nada.

EVANGELIO (Juan 2,1-11)

«Esto que hizo Jesús en Caná de Galilea fue el primero de sus signos. Así manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él», después de la Epifanía, la liturgia nos ha presentado otras “manifestaciones” de Jesús ante el mundo que ponen de relieve su divinidad, pero también su humanidad; así la semana pasada celebramos el Bautismo del Señor, hoy contemplamos las bodas de Caná y la próxima semana asistiremos en la sinagoga de Nazaret al inicio de la vida pública de Jesús. El vino ha sido desde muy antiguo un elemento muy importante que ha acompañado a la humanidad a lo largo de su historia. El vino provoca que la alegría se desborde y hace que la fiesta acontezca. Jesús no promueve el alcoholismo, azote por otro lado de la humanidad, aquí el “vino” es un símbolo de la fuerza del Espíritu que se manifestará en los tiempos de la Iglesia y que hará que sus miembros se transformen en promotores del Reino. Es este recordatorio de que la obra no es nuestra y que es Dios el protagonista y que, especialmente en las crisis, nos hará sacar lo mejor de nosotros.

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