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PRIMERA LECTURA (Jeremías 31,7-9)

«Porque yo soy para Israel un padre y Efraín es mi primogénito», ¿Es que al escuchar estas palabras que Jeremías nos dice de parte de Dios puede quedarnos alguna duda? ¿Aún podemos pensar que arde de ira contra nosotros? ¿Podrá su corazón guardar contra nosotros alguna otra cosa que un amor infinito y misericordioso? Ciertamente que no, Dios es nuestro Padre y aunque en muchas ocasiones nos alejamos de Él, eligiendo el pecado en lugar de su presencia, a través de la historia nos ha mostrado una y otra vez que su corazón está con nosotros. La mayor prueba de su amor consiste que cuando llegó el momento oportuno envió a su Hijo para hablarnos cara a cara y para enseñarnos con su palabra y con su vida lo que su Padre “siente” por nosotros, incluso murió en la cruz para mostrarnos los alcances del amor divino. Lo más triste es cuando nos encerramos en nuestra propia soberbia y no lo dejamos amarnos, entonces todo está perdido.

SEGUNDA LECTURA (Hebreos 5,1-6)

«Él puede comprender a los ignorantes y extraviados, ya que él mismo está envuelto en debilidades», hay veces que vemos a Jesús como un ser “raro” que no tiene que ver nada con la realidad, que ve la limitación propia de la naturaleza humana desde lejos pero que no se compromete en nada con ella para no contaminarse y permanecer Dios. La Encarnación no es un acontecimiento aparente o abstracto, de ser así, no tendría el poder salvífico que tiene; por el contrario, se trata del acontecimiento más radical en la historia de la humanidad. Cuando el Hijo de Dios asume la realidad de nuestra carne no asume solamente lo bueno, sino especialmente nuestra naturaleza lastimada por el pecado, por eso Jesús puede compadecerse de nosotros, porque ha experimentado hasta las últimas consecuencias lo que significa vivir en la “carne”. Esto no significa que Jesús haya cometido pecado, sino que manifiesta con toda su fuerza la extrema solidaridad que Dios ha tenido con nosotros.

EVANGELIO (Marcos 10,46-52)

«¡Ánimo! Levántate, porque él te llama», en tiempos de Jesús los enfermos era un grupo especialmente desprotegido por la sociedad, como se pensaba que la enfermedad era consecuencia de su pecado personal o bien del pecado de sus padres, se les consideraba pecadores y, ante una visión de una pureza ritual en la que vivían las personas de “bien”, se alejaban de ellos por lo tanto, se veían en la necesidad de vivir de la caridad pública. Bartimeo permanece a la orilla del camino, ni siquiera tiene la capacidad de integrarse en la corriente de la vida y de las relaciones con los demás. Su única protección consiste en un manto que le sirve de cobija en las frías noches o techo en los tiempos lluviosos, es lo único que tiene, su única posesión. Es en esta situación de total indigencia cuando Jesús llega a su vida y su llamado poderoso resuena para ponerlo en movimiento. La liberación empieza cuando dejamos atrás todo aquello que nos da seguridad, incluso el manto, para ponernos totalmente en las manos de Dios.

 

Pbro. Luis Alfonso Verdugo Martínez

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