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PRIMERA LECTURA (Isaías 42,1-4.6-7)

«En él he puesto mi espíritu para que haga brillar la justicia sobre las naciones», este oráculo del profeta Isaías tendrá su pleno cumplimiento en la persona de Jesús, Él, el Hijo tomará como propia la misión que el Padre pone en sus manos y animado por la luz del Espíritu Santo la llevará a su total cumplimiento en el sacrificio de la cruz. La salvación es una acción Trinitaria; en Cristo, hombre como nosotros, Dios sale a nuestro encuentro y se nos comunica totalmente, la salvación es en última instancia una comunión íntima y definitiva con la Santa Trinidad. Así como Jesús, somos ungidos con el poder del Espíritu Santo en nuestro Bautismo, a través de nuestra acción cotidiana debe brillar la gracia de Dios y comunicar su justicia cuando nos comprometemos a hacer el bien.

SEGUNDA LECTURA (Hechos de los Apóstoles 10,30-38)

«Dios no hace distinción de personas, sino que acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que fuere», en Jesús, Dios Nuestro Padre, nos ha hermanado adoptándonos como hijos suyos. Esta realidad es mucho más fuerte que la que se da por medio de la carne y de la sangre, pues, aunque el amor une a padres e hijos aún hay una gran distancia inmensa que separa e impide llegar a una unión más íntima, incluso aún, cuando haya una comunicación profunda entre ellos, siempre quedará en el misterio mucho de la personalidad de cada uno; en cambio, por la “inhabitación” del Espíritu Santo, por el Bautismo, el Padre y el Hijo vienen a nosotros llegando a una comunión tan profunda que no hay misterio ni separación entre nosotros y el Dios que nos ha elegido. Por el Bautismo somos constituidos “otros cristos” para el mundo, el signo por excelencia que nos debe caracterizar es el mismo que manifestó en Jesús la presencia de Dios, “hacer el bien”.

 EVANGELIO (Lucas 3,15-16.21-22)

«Él los bautizará con el Espíritu Santo y con fuego», celebrar el Bautismo del Señor tendría que llevarnos a reflexionar profundamente en nuestro Bautismo personal. Ese momento que quizá se congela en una fotografía pero que no tiene mayor efecto en nuestra vida cotidiana. Para Jesús el Bautismo inaugura su vida pública, se convierte en una presentación ante el mundo de la misión que ha venido a realizar. El Bautismo realiza en nosotros una profunda transformación, el “fuego” del Espíritu nos marca y nos aparta para Dios, nos transforma en hijos en el Hijo. El bautizado está llamado a tener una “vida pública” para que sus acciones hagan presente el Reino de Dios en las realidades temporales. La gracia del Bautismo no puede ser para el cristiano ni una realidad privada ni mucho menos opcional. La vocación bautismal nos debe impulsar a ser “signos” vivos de la presencia de Dios en el mundo. El bautizado con su acción, impregna de la persona de Cristo los distintos campos del quehacer humano, vence el mal haciendo el bien y de esa manera contribuye a que el Reino de Dios crezca. Es una misión que no podemos hacer a un lado.

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