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PRIMERA LECTURA (1 Samuel 1,20-22.24-28)

«“Por eso, ahora yo se lo ofrezco al Señor, para que le quede consagrado de por vida”. Y adoraron al Señor.», ¿Son los hijos un derecho de los esposos cristianos? Ciertamente que no, son un don de parte de Dios para los padres. Hay ocasiones que la fecundidad del amor entre los esposos no se manifestará necesariamente en un hijo, es aquí donde los esposos, abriéndose a un misterio que está más allá de la comprensión humana tendrán que aprender a vivir con esa realidad y abrirse a otras posibilidades especialmente la adopción, como una forma de llevar al matrimonio a su plena madurez. La “infecundidad” es un motivo de gran sufrimiento para muchas parejas en la actualidad que hacen hasta lo imposible para alcanzar la meta de concebir, recurriendo incluso a instrumentos moralmente incorrectos para lograrlo. Solamente cuando se contempla la “infecundidad” a la luz de la fe se puede entender y alcanzar la paz. Los hijos son un don de Dios, no son un derecho y cuando se reciben deberán acogerse como un regalo inmerecido y como una gran responsabilidad.

SEGUNDA LECTURA (1 Juan 3,1-2.21-24)

«Ahora somos hijos de Dios, pero aún no se ha manifestado como seremos al fin.», el cristiano aún en medio de su imperfección humana y del pecado que aún lastima su carne mortal, por el bautismo se transforma en el misterio de la presencia divina en medio de las realidades temporales. No podemos escudarnos en nuestra imperfección para dejarnos llevar por la corriente del mundo. Estamos llamados a ser mucho más de lo que puede verse. Como hijos de Dios, nuestra misión en el mundo es la de construir el Reino aquí donde Dios nos ha llamado a vivir. Somos hijos de Dios, somos miembros de su gran familia, esta realidad nos debe llevar a ser testigos suyos ante el mundo y vivir cada día asemejándonos a Cristo, nuestro hermano mayor y modelo.

EVANGELIO (Lucas 2,41-52)

«Volvió con ellos a Nazaret y siguió sujeto a su autoridad. Su madre conservaba en su corazón todas aquellas cosas.», Jesús al crecer no solamente se desarrolla en estatura sino especialmente en la comprensión de su realidad personal y de la misión que el Padre ha puesto en sus manos. Este es lo que conocemos como “vocación”, es el llamado que Dios hace a cada ser humano a realizarse plenamente y cumplir con su misión en el mundo. A los padres les toca ser custodios de la vocación de sus hijos, no a imponerla o combatirla sino con mucho amor animarlos a realizarse como seres humanos y cristianos. Mención especial requiere la vocación a la vida sacerdotal y religiosa. Las vocaciones son muy pocas y, aunque muchos piden por el aumento de las vocaciones, falta la generosidad de promoverlas en el seno de la propia familia. Las vocaciones florecen cuando crece la generosidad: de los padres, de los hijos y de la comunidad que acoge a las familias cristianas. Como María, aunque no entendamos la vocación, contemplémosla como el misterio del “Dios con nosotros”.

Pbro. Luis Alfonso Verdugo Martínez

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