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La estridencia de la celebración por un lado y de la condena por el otro, dificulta una lectura serena de lo ocurrido ayer en la capital de Estados Unidos.

En realidad, el encuentro de los presidentes Andrés Manuel López Obrador y Donald Trump se mantuvo en los márgenes del protocolo que establece la diplomacia para esos eventos donde sólo en cuatro ocasiones se han registrado reclamos y rispideces, y la constante ha sido la cordialidad, independientemente del estado en que se encuentre la relación bilateral.

Quienes esperaban un manotazo en la mesa de parte de López Obrador se quedaron con las ganas. Quienes esperaban un desplante de arrogancia como los que suele prodigar Donald Trump, también.

Y quienes le entienden a la geopolítica y la relación bilateral, saben que en estos encuentros, lo más importante no es lo que se declara públicamente, sino lo que se discute en privado. 

De acuerdo con un recuento publicado en el diario Milenio, desde que Porfirio Díaz se reunió con William Howard Taft,15 presidentes de entre los que le precedieron se han reunido con sus homólogos de EEUU y, salvo en tres ocasiones se han registrado episodios poco amables: entre Echeverría y Nixon cuando el primero condenó el bloqueo norteamericano a Cuba; entre Jimmy Carter y López Portillo a propósito de la crisis financiera en México (que finalmente fue remontada gracias al apoyo de Ronald Reagan), y entre Miguel de la Madrid y Ronald Reagan por el asesinato del agente antidrogas Enrique Camarena.

Por último, Felipe Calderón reclamó a Barack Obama por las revelaciones de Wikileaks sobre el involucramiento del ejército y el gobierno mexicano en asuntos del narco. Eso llevó a la secretaria de Estado, Hillary Clinton a declarar que esa fue la peor reunión que ha tenido con un jefe de Estado.

Por la historia personal, las trayectorias y el carácter de los protagonistas del encuentro de ayer, se esperaba que de uno u otro lado apareciera alguna intemperancia. Las posiciones profundamente antiinmigrantes, racistas y xenofóbicas de Trump, y la virulencia con que hasta hace poco López Obrador aludía a las mismas, dejaban abierta la posibilidad de un desencuentro.

Nada pasó. Todo fue coser y cantar en un intercambio de ‘cebollazos’ que ya quisiera Lord Molécula para una mañanera.

II

Para unos, el presidente mexicano cumplió a cabalidad su papel de jefe de Estado; hizo un discurso memorable, histórico y a la altura de las circunstancias, privilegiando el respeto hacia su principal socio comercial y manteniendo relajadas las cuerdas de la cordialidad en aras de conservar la ruta de la diplomacia.

Para otros, López Obrador fue a Washington a ponerse a los pies del imperio, a sonar duro la matraca como activista de la alicaída campaña reeleccionista de Trump, olvidando ofensas y agravios (que de hecho, dijo nunca han sucedido), y a situarse al lado del más conservador de los neoliberales, arropado además por lo más representativo del sector empresarial mexicano, ese que un día es minoría rapaz y al siguiente punta de lanza del desarrollo económico.

Notable, la mansedumbre de un López Obrador que en tierras del Tío Sam ofreció una imagen conciliadora y hasta timorata; que borró de su memoria aquella amenaza de Trump según la cual impondría una serie de aranceles a las exportaciones mexicanas a EEUU si no frenaba las caravanas migrantes, lo que derivó en la conversión de la Guardia Nacional en una suerte de Border Patrol chichimeca en el Suchiate.

Notable también la afabilidad de Trump, que seguramente vio con muy buenos ojos las manifestaciones de apoyo que la comunidad mexicana (de la que ahora se expresó en los mejores términos) protagonizó en distintos puntos de la ciudad sede y de otras ciudades de la Unión Americana.

Son, finalmente, votos que necesita para levantar su campaña.

La apuesta de López Obrador es riesgosa, sostienen algunos analistas, porque los demócratas, particularmente su candidato presidencial Joe Biden cuestionaron severamente el encuentro. Si Biden gana las elecciones, como es lo más probable de acuerdo a las mediciones hasta ahora, a México no le irá tan bien.

Sin embargo, López Obrador dejó claro en este encuentro con Trump que, tratándose de quedar bien con el poderoso vecino del norte, puede ser tan maleable como ellos quieran. Si fue capaz de socializar tan amablemente con Trump, puede encontrar la manera de hacerlo con Biden. Para decirlo en una frase coloquial: “donde hay miedo, ni coraje da”.

Mención aparte merece el hecho de que el mismo día del encuentro con Trump, el gobierno de Estados Unidos detuvo en Miami al ex gobernador de Chihuahua, César Duarte, que tiene 21 órdenes de aprehensión en México por diversos delitos relacionados con su delincuencial paso por el gobierno de esa entidad, entre ellos, el desvío de 250 millones de pesos para campañas electorales del PRI.

Duarte también tiene una orden de extradición a México, y desde hace meses estaba ubicado por las autoridades norteamericanas en su domicilio en Florida. Que lo hayan detenido ayer no es, ni remotamente, una casualidad.

Si de señales hablamos, esa es la joya de este encuentro y la garantía de que al menos hasta noviembre, López Obrador tendrá motivos suficientes para seguir dándole vuelo a la matraca electoral de Trump. 

César Duarte Jáquez, lo mismo que Emilio Lozoya Austin traen en sus alforjas información valiosísima para que el gobierno mexicano refuerce su discurso anticorrupción y vaya dosificando, de aquí a las elecciones 2021, la explotación mediática que confirme el pasado de corrupción de sus antecesores.

En ese sentido, a López Obrador le fue muy bien. Los ‘cebollazos’ a Trump no fueron gratuitos y se reducen a un dicho coloquial que suelen usar los gringos: “yo te rasco la espalda, tú me rascas la espalda” (I’ll scratch your back if you scratch mine).

Pese a los despiadados memes y los acres comentarios en México sobre el encuentro de López Obrador con Trump, para el presidente mexicano ésta su primera gira fuera del país fue un éxito. 

Ya veremos qué sucede después de la elección presidencial en EEUU.

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