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Con mil achaques, en silla de ruedas equipada con tanque de oxígeno, el PRI llega a sus 91 años de edad y al parecer lo único que habrá de celebrar es la nostalgia. 

Podría recrearse la escena como la del abuelito rodeado de sus nietos, rememorando épicas batallas a lomo de caballo, echando bala contra los pelones de Don Porfirio; con Villa lazando cañones, Zapata arrasando las haciendas del sur; las tropas viajando en los trenes, la entrada triunfal a Ciudad de México, a Palacio Nacional; la memorable fotografía en La Silla del Águila…

El sufragio efectivo y la no reelección como divisas de un maderismo que no pudo ser por la traición de Victoriano Huerta, y tantas estampas que antecedieron al 4 de marzo de 1929 ya sin Villa ni Zapata, ni Madero ni Pino Suárez que hoy tienen nombres de plazas y de calles.

Luego vinieron 70 años de gobiernos ininterrumpidos en una primera etapa donde los cachorros de la Revolución se hicieron con el poder y tuvieron la visión y la capacidad para ejercerlo; por las buenas y por las malas. Por la Reforma y la Revolución, que también son calles. Por la apertura política y la represión, por la conformación de una clase política que lo mismo combinaba a intelectuales y estadistas que a señores de horca y cuchillo y a una clase política que convirtió la nación en su patrimonio, acumulando bienes y riquezas groseramente, mientras se multiplicaban los pobres, los ‘nadie’, diría Galeano.

Eso no podía durar eternamente. Y si bien la oposición iba en ascenso sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo pasado, el verdadero quiebre del PRI llegó desde dentro. 1987 es un año clave. Cuauhtémoc, Porfirio, Ifigenia entre otros tantos que advirtieron el viraje del PRI hacia la derecha y abandonaron su partido, fueron los pivotes de un gran movimiento nacional que puso al ex invencible contra las cuerdas. Las derrotas del PRI se comenzaron a tejer desde dentro del tricolor.

Pero al viejo PRI todavía le quedaba aliento. Salinas le ganó a Cuauhtémoc en una elección que todavía humea el tufo a fraude electoral. La simbiosis entre el PRI de la dictadura perfecta y el PRI de la modernización neoliberal se retrata en una estampa: Fidel Velázquez, el dinosaurio rey de los dinosaurios, el que dijo que el poder lo tomaron por las armas y no lo dejarían si no es a punta de plomazos, fue el encargado de destapar a Ernesto Zedillo en 1994, después del asesinato de Luis Donaldo Colosio un suceso que nadie duda a estas alturas, también vino desde dentro del PRI.

Seis años después el PAN gana la presidencia de la República, materializando (no iniciando) la era de las concertacesiones de un PRI camaleónico que cada vez batallaba más para convencerse incluso a sí mismo de que la revolución era más que el nombre de una calle y en cambio, se esforzaba por sobrevivir aliado con la derecha panista, con la que volvió a pactar en 2006 para llevar a la presidencia a Felipe Calderón. Metafóricamente y no tanto, a sangre y fuego.

La fórmula de la alternancia de dos funcionó en 2018. Enrique Peña Nieto rescata para el PRI la presidencia de la República, mandando la opción de izquierda de nuevo al terreno de la oposición.

Pero no aguantó mucho. Vino Ayotzinapa y la Casa Blanca; vinieron las reformas estructurales y el Pacto por México que no suscribió todo México. Vino la opción de izquierda que encabezó Andrés Manuel López Obrador, ya muy matizada con alianzas impensables con panistas, priistas, religiosos de dudosa laya, sindicalistas de pésima reputación y oportunistas de afiladísimas uñas y desechable ideología.

En 2018 el PRI vuelve a perder la presidencia. Comienza la cuarta transformación que, se supone, es un viraje histórico similar a la Independencia, la Revolución y la Reforma pero, oh sorpresa. Por ahí andan los mismos.

No sé a ustedes, pero a mí me encantó la frescura con que el presidente exonerara de facto a su jefe de oficina, Alfonso Romo, un acaudalado empresario, ave que pasó por los pantanos del PRI y del PAN sin mancharse sus inmaculadas alas, sólo por ser descendiente de Gustavo Madero, al que asesinaron los conservadores y bla bla bla…

Y es que la historia, que se repite como comedia luego de ser tragedia, nos pone en ese incómodo momento cuando el que manda, manda, y si se equivoca, vuelve a mandar. El presidencialismo priista, pues, pero sublimado.

Nomás como colofón, hay que ver si el PRI, a sus 91 años, le sopla a las velitas de Morena, ya para apagarlas, ya para alimentar el fuego de la nueva concertacesión. 

Porque finalmente creo, a reserva de que la retrospectiva lectora, el despistado lector piensen lo contrario, al presidente lo identifica más su historia personal con el PRI que con el PAN. 

II

Lo que sucedió ayer en la mañanera es el preludio de lo que vendrá durante los días críticos entre el sábado y el lunes próximos. 

El presidente pasó en muy poco tiempo de la ausencia de empatía con la causa de las mujeres (no me van a distraer de la rifa del avión), al boicot (promover una manifestación alterna); de allí a la falta de propuestas que suplió con el mal chiste del decálogo; luego a la insensibilidad (la venta de cachitos comenzará el 9 de marzo); posteriormente al desprecio (ni tenía en mente que el 9 de marzo era el paro). 

Todo permeado por la descalificación, desde el principio: el paro es promovido por un partido político, por conservadores y fifís; por mujeres groseras.

Y al final, por el contrataque: la inducción de preguntas sembradas por quien fuera jefe de prensa de René Bejarano para solicitar una investigación de Estado a quienes presuntamente “financían” el paro nacional, y en esa lanzada se llevó entre las patas a Frida Guerrera (‘Guerrero’, dijo), una de las más persistentes y consecuentes activistas del feminismo -que por cierto no está entre las promotoras del paro- lo que provocó un desencuentro entre ambos personajes.

Y detonó esa confrontación que desde hace mucho permanece latente entre los periodistas que cubren las ‘mañaneras’, que se hicieron de palabras y cruzaron descalificaciones, insultos y estuvieron a punto de llegar al contacto físico.

El tema del movimiento feminista ha rebasado al presidente y la impericia con que se ha abordado desde el púlpito presidencial ha terminado de polarizar no sólo a las mujeres, sino a la sociedad civil, a las fuerzas políticas y ahora hasta a los periodistas.

No. Eso no puede ser una buena señal rumbo a la jornada de movilizaciones para los días 7, 8 y 9 de marzo.

III

Tampoco pueden ser buenas señales los indicadores que muestran el fracaso de la política de seguridad nacional puesta en marcha hasta la fecha en la era de la 4T.

En Sonora, hace tres meses que la gobernadora Claudia Pavlovich solicitó al presidente de la República una reconsideración en las políticas que en esa materia se están direccionando desde el gobierno federal. 

Una mayor presencia de la Guardia Nacional y una mejor aplicación de los recursos humanos, materiales y de inteligencia para abatir los índices de criminalidad.

Pues bien, esa propuesta fue retomada ayer por el Comité Ciudadano de Seguridad Pública, en voz de Jorge Cons, coordinador de dicho comité, citando datos del INEGI que muestran la escalada en delitos como homicidios, robo a casa habitación y negocios y violencia intrafamiliar.

Pareciera que estamos en aquellos tiempos de la revolución, donde hasta se robaban mujeres y niñas.

Espera, ¡Eso está pasando!

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