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¿Qué tiene que pasar para que un hombre, cien, miles de hombres decidan tomar las armas para defender su vida y su patrimonio, asumiendo las funciones de seguridad que debería cumplir el Estado?

Muchas cosas: asesinatos, violaciones tumultuarias, robos, secuestros, amenazas, extorsiones… todo en un contexto de impunidad y aún peor, de complicidad entre la delincuencia organizada, las corporaciones policiacas y hasta el ejército.

Tepalcatepec, Michoacán es la cuna de las autodefensas, ese movimiento que surgió en 2013 y que alcanzó reverberaciones en el mundo entero por sus múltiples significados. Las autodefensas son, básicamente, el mejor ejemplo del fracaso de la guerra contra el crimen organizado. La representación trágica del Estado fallido. El último recurso, acaso, para detener los abusos criminales, así sea lavando sangre con sangre.

Y en el centro de este movimiento se alza la figura de un hombre: el doctor José Manuel Mireles, hasta antes del estallido, una figura representativa de la sociedad civil tepalcatepense: director del hospital, presidente de la sociedad de padres de familia, organizador y orador en desfiles y ceremonias cívicas.

Hasta que la escalada de violencia alcanzó a todos y ya no hubo opción. “No podíamos confiar en la policía, en los militares, porque un día estaban prometiendo que actuarían, y al siguiente día los veíamos sentados a la mesa, tomando café con los criminales”, nos dice, en una larga plática sostenida ayer por la tarde.

El doctor Mireles está en Hermosillo promoviendo su libro “Todos somos autodefensas” que será presentado este lunes en la UVM y el martes en la Unison.

En su libro, hace el relato de un caso que quizá fue el detonante de este movimiento que va para cinco años y que, asegura, ya cuenta con presencia en 25 estados del país, donde asegura, hay tres millones de personas suscribiendo un proyecto político que llama “Reconstrucción del tejido social de la nación” y que busca contribuir a la pacificación del país.

Ese relato cuenta la historia del secuestro de una niña de 14 años, hija de un rico ganadero al que cobraron un millonario rescate, pero al ir a recogerla la encontraron atada a un árbol, muerta. La autopsia reveló que había sido violada tumultuariamente.

El hombre ofreció una recompensa de 60 millones de pesos a quien le proporcionara información para encontrar a los secuestradores. Un anónimo se comunicó con él y le entregó una lista de 23 personas que formaban esa banda. Entre ellos se encontraban banqueros y empleados de la CFE y Telmex.

El ganadero preguntó cómo podía tener la certeza de que la información era cierta. La respuesta lo hizo romper en llanto: “Porque yo soy el fundador de esa banda”, pero mis instrucciones nunca fueron las de matar a nadie; lo que pasó es que se emborracharon y drogaron y pasó lo que pasó.

Para entonces, el ganadero y sus hijos ya habían reunido a un pequeño ejército de hombres armados, entre quienes no se encontraba Mireles, que esa misma noche “levantaron” a las 23 personas. Limpia total.

Ahí fue donde comenzó todo. Mireles luego comenzó a destacar como vocero de las protestas contra la inseguridad y por ello se hizo blanco de amenazas de todo tipo. Hasta que un día, dice, me dejaron fuera de mi casa las cabezas de tres muchachos, que pensaban eran mis hijos. “Ahí fue cuando dije: ‘ya no más, ya no me callo’ más”.

Y comenzó la guerra contra el grupo criminal conocido como Los caballeros templarios, que encabezaba Servando Gómez Martínez “La Tuta”: un grupo que por cierto ha sido exterminado en Michoacán y algunos de sus integrantes han abandonado el estado, buscando sumarse a otros cárteles.

Lo que sigue es historia conocida. Comenzó a tomar forma el movimiento de autodefensas al que se integraron varias personalidades: en Chihuahua, Javier Corral Jurado, Isabel Miranda de Wallace, el padre Solalinde, Javier Sicilia, entre otros que inicialmente se sumaron a este movimiento.

Mireles cuenta que cuando Sicilia se acercó, manifestó que él se sumaba, pero no con un movimiento que tuviera que ver con las armas, a lo que el padre Solalinde, normalmente sereno y amable le increpó diciendo: “oye hijo de la chingada, pues qué a tu hijo lo mataron a besos o qué chingados”.

El 28 de junio de 2014, Mireles fue aprehendido por el delito de portación de armas de uso exclusivo del ejército, en la comunidad de La Mira, en Michoacán, por fuerzas federales y recluido en el penal federal de Nayarit, y luego fue trasladado al Cefereso de Hermosillo, de donde salió en mayo del año pasado.

En prisión sufrió un par de infartos y lesiones en la columna que estuvieron a punto de dejarlo inválido, tras una caída por las escaleras, cargando todas sus cosas. Ese era un trayecto casi cotidiano al que lo obligaban, cambiándolo de celda sin motivo alguno.

Súper vigilado, con videocámaras hasta en el excusado, Mireles comenzó a escribir este libro en los espacios en blanco de cartas que le mandaban, y en papel sanitario, utilizando un “pedazo de lápiz” que su abogada le pasó clandestinamente una vez.

La plática, desde luego, fue mucho más larga y llena de anécdotas que van retratando la personalidad de un hombre polémico, que unos aman y otros odian, pero que sin duda es parte de la historia contemporánea de estos días convulsos.

Uno de los hombres que más lo ayudó durante su reclusión en Hermosillo fue Saúl Torres Millán, entonces director técnico del Cefereso 11, y quien participa en la organización de la gira de Mireles por esta ciudad.

Se dice amigo de Andrés Manuel López Obrador, pero no su matraquero. “Soy parte del cambio”, dice. “Estoy comprometido con la pacificación del país y con este movimiento que sigue vivo y creciendo. Si al entrar a la cárcel teníamos presencia en 20 estados del país, hoy la tenemos en 25 y somos más de 3 millones”, asegura.

Pero si quieren conocer más de este hombre, vayan hoy a la presentación de su libro.

II

Pasó lo que tenía que pasar y en la consulta organizada, supervisada y contada por Morena, ganó la opción Santa Lucía y perdió la de Texcoco, donde ya se han invertido más de cien mil millones de pesos para la construcción del nuevo aeropuerto.

Tras anunciarse dicha consulta, Andrés Manuel López Obrador “pidió permiso” para no ser imparcial esta vez y adelantar que su voto era por Santa Lucía.

El resultado, luego entonces, era más que predecible: 747 mil votos por esa opción y 310 mil 463 por Texcoco. De hecho, me parecen demasiados votos por esta opción, considerando que el ejercicio fue, básicamente, un acto de partido, sin regulación de acuerdo al artículo 35 constitucional, sin carácter vinculante y con obvia parcialidad de los convocantes que a la vez son organizadores, promotores y contadores de votos.

Entiendo que en Morena interpreten este resultado como un nuevo golpe a la mafia del poder y lo celebren por todo lo alto, como lo están haciendo.

No tengo elementos para decir que Texcoco era la mejor opción, como tampoco los tengo para decir lo mismo de Santa Lucía, y por eso no participé en esta consulta, en la que sí creo que privaron más criterios político-ideológicos, que técnico-científicos, como debería corresponder a una obra de esa envergadura.

Ignoro también las consecuencias que esto vaya a traer consigo, pero estaremos atentos para documentarlo.

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