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Es de por sí complicado en estos días acogerse a una definición de periodismo, de periodista. La prevalencia de las redes sociales, su cuasi infinita accesibilidad han roto paradigmas y conceptos, definiciones y dogmas.

Ha replanteado alcances y límites, ha modificado formas y estilos a partir de la irrupción indiscriminada de gente que tiene algo que decir y lo dice, sin pudor ni mínimo arrebol en las mejillas, así sean puras sandeces.

Mas si osare un extraño enemigo profanar con su arroba tu cuenta, piensa oh influencer troleado que el cielo un tuitero en cada hijo te dio.

O un feisbukero, youtuber, instagramero, whatsappero, súbito líder de opinión, influencer apocalíptico o integrado, opinólogo o comentócrata predestinado por la divina providencia o vaya usted a saber si por la desprevenida y adormilada conciencia colectiva, a orientar el rumbo de la nación y la opinión pública que se debate entre Chumel Torres y Callo de Hacha, o esos sui géneris periodistas emergentes de estos días como El Chapucero, Lord Molécula y Sandy Aguilera que desde las cinco de la mañana están a las puertas de palacio nacional para hacer las delicias del presidente y desde luego, del público ansioso por conocer la receta para resistir más que un corredor keniano y otros temas medulares.

En estas condiciones se complica un poco más acogerse a una definición del periodismo o del periodista. Una versión clásica diría que periodista es todo aquel que recopila, jerarquiza y difunde información a través de cualquier medio: prensa, radio, televisión o medios digitales.

Pero entonces, eso nos convierte a todos, de alguna manera, en periodistas, lo cual me parece un franco despropósito.

Otra versión, digamos más romántica considera que para acreditar el grado de periodista, independientemente de la formación académica se tuvo que pasar antes por las salas de redacción, la cobertura cotidiana de diversas fuentes, las malpasadas y las borracheras, la tensión de la hora del cierre, las prisas de una redacción a matacaballo, el inigualable olor a tinta fresca, el pecho que se hincha de orgullo cuando aparece tu nombre bajo la cabeza de ocho en la primera plana; las guardias de horas y horas en las que puede no pasar nada y pasar de todo; las asoleadas y los viajes en ruletero para corretear la exclusiva y entre otras cosas, la angustia por el día de pago o la decepción de un salario que no alcanza.

En el caso de Miguel Ángel Avilés Castro creo que acredita todo esto último. En 1992 ganó el premio estatal de periodismo en el género de Reportaje, uno de los más difíciles y sin duda el más completo, porque en él se entreveran todos los demás géneros: la nota informativa, la entrevista, la crónica, el color, la semblanza…

Pero el del Micky es un caso atípico. Me tocó coincidir con él en la brega de aquellos años 90 en el semanario De Acá, una publicación crítica, con buenos márgenes de autonomía e independiente del financiamiento público por la vía de los convenios o cualquier otra. La recuerdo como el único medio que realmente plantaba cara a un gobierno estatal con fama de autoritario y represor como el de Manlio Fabio Beltrones.

También coincidimos en otros periódicos donde ciertamente él no reporteaba, pero colaboraba con frecuencia y sus textos mostraban siempre esa vocación tan suya por contar historias, unas con el amargo sabor de la tragedia, otras con la punzante ironía, el humor negro, el descubrimiento narrativo que te arranca la carcajada.

Decía su tocayo Miguel Ángel Bastenier, maestro de periodismo, español prolífico y cuidadoso de la metodología, el rigor profesional y la ética periodística, que en el periodismo puede haber literatura, pero si hacemos literatura no hacemos periodismo.

Tengo mis reservas al respecto. Una crónica como las que suele escribir el Micky puede contener tanta información y mover tantas fibras como cualquier otro texto periodístico, con el agregado de que está hecha además con ese ingrediente indispensable que es la originalidad en la narrativa.

Incluso el periodismo de datos que aparenta estar de moda, si no incluye esa capacidad para contar la historia, se vuelve soso y aburrido.

No tengo duda de que en el periodismo de hoy, la premisa fundamental es la lucha por las audiencias y en esa ruta, casi todos los medios siguen privilegiando el escándalo, la sangre, la diatriba, el descontón y las hoy llamadas fake news.

La transmisión por Facebook Live, del asalto a un banco en el sur de la ciudad hace meses, con rehenes de por medio, alcanzó en los primeros minutos una audiencia de más de 200 mil espectadores interactuantes.

Ni siquiera imagino el número de reproducciones que tuvo el video del asesinato de un hombre en conocido restaurante de la ciudad.

¿Es eso periodismo?

Sí, en algún sentido sí lo es.

¿Es lo que aspiramos a consumir?

Personalmente no, pero es difícil despegar la mirada y es imposible mandar sobre una audiencia que pagaría por estar allí.

Aquí es donde considero que el periodismo de Miguel Ángel tiene su mejor aportación: las temáticas que aborda, las formas en que las desarrolla, la información tácita o explícita en sus narrativas; la capacidad para contar historias que pueden ser igual o más descarnadas que las citadas antes, pero con maestría para dosificar las emociones y mantener la tensión del relato de manera que nunca pienses en soltar el hilo.

De lo prolífico mejor ni hablamos. El Micky escribe como si le pagaran por ello. Todos los días, a toda hora está publicando en Facebook. De una noticia, de una remembranza, de una anécdota del día puede desplegar las alas que revolotean entre el periodismo y la literatura, para solaz de sus lectores.

Que así siga.

*Texto leído durante la presentación de la obra y trayectoria de Miguel Ángel Avilés Castro, anoche en la Librería Ghandi. Si está interesado en alguno de sus nueve libros, que son garantía de buena literatura, puede contactarlo en su muro de FB.

También me puedes seguir en Twitter @Chaposoto

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