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Bernardo Elenes Habas

Juan Silverio Jaime León, el libro-homenaje a su abuela.- Crónicas para la historia (No. 138).- La conciencia de los cajemenses se sigue estremeciendo con los golpes de la violencia: el sábado 16 fueron acribillados el propietario y director de Medios Obson, Jorge Armenta y su escolta Orlando Ruvalcaba.- El Covid-19 acabó con la vida de Juan Silverio

Bernardo Elenes Habas

Lamentable que la conciencia de los cajemenses se siga estremeciendo con los golpes que asesta la violencia.

En ese escenario incontrolable que no disminuye en Cajeme, el sábado 16 de mayo perdieron la vida el propietario y director de Medios Obson, Jorge Armenta Ávalos y uno de sus escoltas, el comandante policiaco Orlando Ruvalcaba Flores, alcanzados por balas asesinas.

La historia de Cajeme, sin duda, en las últimas décadas se está escribiendo con sangre, sin la esperanza de que los programas de seguridad del Gobierno Federal, alcancen el propósito de salvaguardar la vida de los ciudadanos, porque están fundamentados en ocurrencias de abrazos, no balazos; o en la filosofía procaz de que la delincuencia también es pueblo…

Debo, igualmente, dolerme de la muerte del profesor yaqui, Juan Silverio Jaime León, quien fue alcanzado por el rayo letal del coronavirus.

Libro Testimonios de una mujer yaqui

Juan Silverio, quien desde las rústicas escuelas de Vícam y otros poblados yoremes, enseñó a muchas generaciones de niños a fortalecer su lengua ancestral, el cahita, pero también les marcó la ruta del idioma español que les abriría la comprensión definitoria del encuentro de dos mundos, murió el 15 de mayo, Día del Maestro.

Fue, al lado de otros integrantes de la etnia, parte del Plan de Desarrollo Integral de la Tribu Yaqui, durante los sexenios de Carlos Salinas y Ernesto Zedillo, pero esencialmente mantuvo su visión en la historia y tradiciones de la Nación Yoreme, porque, como lo escribió un día: “Para un yaqui su territorio es sagrado, es una herencia divina al igual que su río, y las luchas que los yaquis han entablado en su territorio han sido las luchas por la resistencia y ese don divino, (así) su vida trascendió la propia existencia privada y se sumó a la responsabilidad de toda una tribu por no dejar que sus tierras cayesen en manos de otros”.

Históricamente, las grandes luchas de la Nación Yaqui, encabezadas principalmente por los caudillos Cajeme y Tetabiate, fueron por la libertad, tradiciones, idioma, territorio, para que el pueblo originario no sucumbiera, no fuera sometido, exterminado, por las ambiciones de los yoris.

Las batallas memorables como la del Masokoba, se constituyen en un referente de amor por la libertad que cada yaqui lleva en su pecho y en su sangre como río de luz, el que no pudieron llenar de sombras ni de cadenas durante los siglos 18, 19 y principios del 20.

Emotivo el relato de Ricarda León Flores (Juan Silverio Jaime León, rescató los recuerdos de su abuela y los convirtió en libro “Testimonios de una mujer yaqui”, Conaculta y Culturas Populares de Cajeme, 2000, del que tuve el honor de escribir el prólogo), sobre los días de la ira y de la sangre derramada en contra de la etnia.

En ese prólogo dejé asentado que “Cuando el gobierno de Porfirio Díaz daba seguimiento a una lucha despiadada contra la Nación Yoreme, teniendo como objetivo la ambición desmedida por conquistar este vasto territorio sonorense, donde el río Yaqui hablaba con voz líquida y derramaba sus beneficios entre los Ocho Pueblos y muchas rancherías, pero también donde el Bacatete se constituía en espacio sagrado y en sus alturas los yaquis se consagraban hijos de la sierra, del viento, de la libertad, porque así lo había determinado Dios, desde cuando el tiempo se perdía en las estrellas y los primeros habitantes del territorio yaqui estrenaban las silvestres voces del cahita, y bautizaban aves, mezquites, pitahayas, arroyos, praderas y flores del camino. 

“Cuando los soldados del gobierno federal ajustaban las miras de sus rifles sobre niños, mujeres y ancianos, y disparaban con perversidad inaudita, como sucedió un 18 de enero de 1900, en la batalla del Mazocoba; alturas donde, a pesar de que la muerte se convertía en llamarada, los yoremes demostraron su valor y murieron luchando, o bien, sacrificando sus vidas arrojándose a la profunda cañada, como una forma de alcanzar la libertad…”.

El contenido del libro escrito por Juan Silverio con los recuerdos de su abuela Ricarda, impacta por la forma en que ella cuenta vivencias de su niñez y las de su familia, en los aciagos días en que la muerte cabalgaba por las veredas del Bacatete; y mujeres, niños y ancianos eran hechos prisioneros y deportados principalmente a las haciendas henequeneras de Yucatán y Valle Nacional.

Por eso conmueve que la memoria histórica de algunos grupos yaquis se esté perdiendo, y que los grandes motivos de sus batallas, no sólo con las armas, sino con la unidad de la resistencia pacífica, demostrando el poderío de su moral de pueblo, la estén disminuyendo, degradando y propiciando ahora luchas entre ellos mismos, donde la perversidad política de algunos yoris asoman sus estrategias frías para sacar ganancias.

Murió Juan Silverio, con quien hice una guardia de honor ante la tumba de Juan Maldonado Tetabiakte en el Bacatete, el 10 de julio de 2001, cuando se cumplieron 100 años de la muerte en batalla, del más legítimo de los caudillos yaquis.

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