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Nochebuena en el recuerdo.- Parecía que el chiname en que vivíamos, era el único en mitad del llano.- Las familias compartían alimentos, los adultos brindaban por la vida y la esperanza; los niños construían sueños…

Bernardo Elenes Habas

No tengo otras palabras con qué contar las cosas del ayer, mis recuerdos niños.

Son, ciertamente, los mismos verbos. Idénticos adjetivos. Y, por supuesto, añoradas vivencias que se tatuaron con sol, frío y lluvia, en la piel del alma.

Casas de chiname

Por eso, a pesar de crisis. De aceleramientos políticos. De la bestial violencia que cabalga caminos preocupantes, la esencia de la Nochebuena, del nacimiento de Jesús El Cristo, me motivan, y desempolvo mis herramientas de juglar, de cronista de sueños y vivencias, y comparto con ustedes, esta copa llena de nostalgia, de paisajes sembrados en la tierra, donde brotaban como mezquites y girasoles, en la soledad de los caminos, o a la vera de las calles de mi infancia, las raíces de una comunidad que se fortalecía día con día, perfilando su desarrollo asombroso.

No obstante el frío que aullaba, afuera, y lograba colar sus cuchilladas por las rendijas de carrizo y barro de los chinames del barrio, los niños de las décadas de los cincuenta, sesenta, éramos felices.

En ocasiones, la lluvia caía pertinaz, dando tonalidad plomiza a la tarde. Las aves buscaban refugio temprano, porque el viento cabalgaba sin freno, entre la soledad de los llanos.

Los días, eran diferentes a los que ahora se viven, porque las familias de ayer sabían mirarse a los ojos. Contarse tristezas y esperanzas. Compartir en fechas señeras, como Nochebuena, Navidad y Año Nuevo, la luz del sentimiento limpio, el pan tibio horneado en casa, barbacoa, tamales, menudo; brindando los adultos con ron y tequila, como Habanero Palma, Viuda de Martínez, Club 45, Ollitas de Oaxaca, que adquirían en las cantinas de ese tiempo, El Oviáchic, de Nacho Acedo, ubicada en las calles 6 de Abril, entre Durango y Zacatecas; La Burrita, Los Gatitos, La Cananea, La Sierra Mojada, El Oso Blanco, enclavadas, casi todas, en las áreas de la Galeana, No Reelección, entre Tamaulipas y Colima.

Casas de chiname 2

Se escuchaba el murmullo del viento, por las noches, cuando corría como sombra amenazante; pero motivando, también, los acordes jubilosos de la esperanza, con su guitarra azul…

A veces, el frío dolía, al bajar aullando por las laderas del Bacatete, y sus cuchillos helados traspasaban las paredes endebles de carrizo y barro de los chinames. Arrancaban notas silvestres a la fronda de los mezquites. Se arrastraba sollozante sobre la inmensa pradera y se desvanecía entre la arena blanca de la isla Huivulai, donde el mar alarga eternamente sus voces líquidas convertidas en neblina, para lavar las costras de la tierra.

Pero pasó el tiempo, tocando su tambor eterno. Y ahora, ya no cruzan las aguilillas el cielo de la ciudad. Los barriqueros, quienes surtían de agua a los hogares, abasteciéndose en los tinacos de la Seis de Abril y Coahuila, y de la Jesús García y Colima, con sus grandes recipientes de madera sobre carretas movidas por caballos, con sus monederos de cuero a la cintura y su mirada infinita, fueron borrados de la memoria colectiva por el progreso. Llegó la incipiente modernidad. Y lámparas y cachimbas, fueron guardadas en el ayer, para que alumbraran solamente la huella de Dios…

vendedor de leña

Esta noche es Nochebuena. Con su llegada, luego de un crepúsculo rojizo, con aves bebiéndose el último rayo de sol al ir en pos de sus nidos, rebasando la distancia y el adiós, harán que broten tiempos idos, que caigan como lluvia los recuerdos…

Los adultos volveremos a ser niños, desandando senderos, olvidando pasiones y golpes de la vida, para soñar con el nacimiento de Jesús El Cristo, en la humildad de un pesebre. Reviviendo su lección de paz, de amor, de buena voluntad. Sentimientos que, a pesar del paso del tiempo, no han sido aprendidos, ni siquiera valorados, por muchos, quienes tienen sembrada la ambición ciega y el odio en sus corazones…

Fueron, sin duda –ahora lo sé bien-, las de mi niñez, las mejores Nochebuenas de mi vida. Porque me saturé de libertad y de sueños florecidos. Porque aprendí a escribir las palabras amor, humildad y justicia, teniendo como pizarrón el suelo, la tierra suelta, con la mano de mi madre puesta sobre la mía, para que las letras que dibujaba se llenaran de vida y crecieran como espigas…

Esta noche es Nochebuena, y mañana Navidad…

Le saludo, lector.

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