Poema de domingo.- Estos poemas tienen el corazón de tierra. Cargan música exacta. Acordes de guitarra. De una guitarra dura que sólo pulsa el pueblo. Que sólo el campesino, el marino, el obrero, el albañil anónimo, el indígena oscuro, pueden lograr su ritmo. Conocer sus secretos, escuchar sus murmullos, sus sollozos, sus gritos. También recuerdo en ellos –en los cantos sin tregua de mi guitarra dura-, la figura de piedra moldeada por el hacha del rayo y de la historia, del caudillo yoreme que condujo a su tribu, que le ofrendó su vida y que no claudicó ni calló sus tambores. Él se llamaba Juan. Le decían Tetabiakte.
Bernardo Elenes Habas
EXALTACION POR JUAN MALDONADO
TETABIAKTE
Yo tengo el corazón de tierra
como tú.
Dentro de mí, corren los ríos.
Siento que el aire y la montaña
crecen como un murmullo
mineral entre mis brazos,
y el golpe de la vida
arde en mis venas
con un fulgurante rumor
de sangre constelada.
Yo tengo el corazón de tierra
y la piel oscura,
como tú.
Llevo una sensación de
eternidad
que se convierte
en herida cotidiana,
en grito irrenunciable
en lámparas dormidas
sembradas en el barro desnudo
de tus huellas,
en turbio tiempo ciego
que exprime sus tormentas
para darle a tu nombre
el recio olor rural de la distancia.
Te acecho en los recodos del camino.
Salto como una sombra en la arboleda,
entre las cuchilladas vivas del invierno,
y llego hasta los templos solitarios
convocado por la cansada voz
de las campanas.
Te escribo intensamente,
con la caligrafía roja de mi sangre,
desafiando la niebla,
recorriendo
el pecho palpitante de la sierra,
para encontrar tu vocación
de roca y de cristales.
Yo sé, abuelo, padre,
hermano sensitivo de la noche,
que tus caminos de bosques
y rebaños
lo iluminaron las líquidas estrellas,
y que los pájaros tejieron libertades
depositando en tus labios florecidos
el nido de sus cantos.
Tus voces argentadas y precisas
midieron la extensión del sentimiento,
sirvieron de antorcha en la nostalgia,
fueron amor, bálsamos tibio,
cuando narraron la pasión del pueblo.
Enséñame a asombrarme como tú.
A beberme la luz de las costumbres.
A dibujar con trazo firme y sin borrones
el perfil verdadero de lo humano.
Llévame de la mano, hermano mío,
hasta donde el sol se desparrama
como trigo
y va dorando las tardes
con pan tibio,
metiéndose en los valles,
y en la garganta ronca
de las cordilleras.
Yo sé que allí vive tu nombre,
allí lo repiten las cañadas
cuando el viento glacial
besa sus piedras
y un siglo de raíces se estremece.
Hermano, me duelen los poblados
que no cantan,
El acero es helado, como balas.
Y el asfalto nos lleva hacia la muerte.
Ya no conducen los pastores sus rebaños,
y el tambor crepuscular de nuestra raza
comienza a clausurar sus tradiciones.
Se ha vuelto gris, fugaz, nocturno
nuestro canto.
Las bocas turbulentas lo tornan inseguro,
le dan impunidad y lo condenan
a recoger los frutos
sin haber colocado la semilla.
Pero tú puedes bajar del Bakatete
a repartir espigas para el hombre.
A unificar de nuevo la palabra.
A construir el sueño de la Patria
desde el canto plural que te llevaste.
Tú puedes regresar hermano, padre,
abuelo, para que sientas el calor
de nuestras manos
y nos muestres el murmullo
de tu esencia,
el silvestre recorrido de tu sangre,
la cicatriz de luz que te heredó
la sierra,
tu convicción irrenunciable
por el Hombre.
Nómbranos el rosal, la espina,
la distancia.
Háblanos del rostro antiguo y tierno
de tu padre.
De las tibias manos de tu madre,
y de la fe relampagueante
de tu pueblo.
Juan Maldonado Tetabiakte,
te escribo humanamente,
y se me viene el galope
de tus luchas,
tu vocación libertaria
y justiciera,
tu sacrificio en la Nación Yoreme,
y te digo que es hora,
que puedes bajar del Bakatete
a repartir espigas
para el Hombre.
—–o0o—–