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Rumbo a la elección presidencial 2018 nadie, en estos momentos, da un peso por la continuidad del PRI.

Las encuestadoras más serias lo ubican en un lejano tercer lugar y bien a bien, no se ve la manera de que recupere el terreno perdido desde 2012, cuando se alzó con una precaria e impugnada ventaja que ha dificultado la gobernabilidad y peor aún, el deterioro en materia de legitimidad se ha venido acumulando, lo que se manifestó claramente en las elecciones estatales del año pasado, cuando el tricolor fue materialmente vapuleado en las principales plazas en disputa.

Y si el 2016 fue trágico, el 2017 comenzó peor para los tricolores con la artera puñalada al bolsillo ciudadano que representa el incremento a los combustibles, que si bien es responsabilidad compartida de prácticamente todos los partidos políticos que plasmaron su firma en el llamado Pacto por México que incluía la aprobación a unas reformas estructurales cuyos efectos salvadores no se ven por ningún lado y antes bien, han pasado a cargarle la mano a las grandes mayorías, el centro de todas las críticas ha sido el presidente de la República y por extensión, su partido.

Las elecciones más importantes de este año, las de gobernador en el Estado de México, Coahuila y Nayarit; y las de ayuntamientos en Veracruz aparecen como el preludio de una derrota en la presidencial. En el primero de ellos, la candidatura de Alfredo del Mazo Jr. no termina de convencer ni a los propios priistas de aquella entidad, y deben agradecer que las intentonas aliancistas entre PAN y PRD, y PRD y Morena fracasaron. De haber fructificado, especialmente esta última, ya podría el grupo Atlacomulco despedirse de la gubernatura.

Claro, la presidencia de la República y el poderoso Grupo Atlacomulco al que pertenece Peña Nieto han tomado como tema prioritario alzarse con la victoria en ese que es el segundo bastión de votos más grande del país y según reportes desde el altiplano, se han cerrado como grupo, decididos a enfrentar esa batalla como un asunto de vida o muerte. Otros grupos del tricolor han sido desplazados en este cierre de filas y no falta quien sostenga que la salida de Manlio Fabio Beltrones de la dirigencia nacional del PRI obedezca a este movimiento.

En Veracruz, el prófugo ex gobernador Javier Duarte es y será una carga demasiado pesada para un priismo que se queda sin discurso ni plataforma, pues el señor es la antítesis de cualquier oferta de buen gobierno. Nayarit aparece como una empresa complicada y Coahuila, aunque la carga negativa de los Moreira pesa mucho, también pesa el dinero y el poder con que se enfrentará esa elección, y según los más enterados, aún no hay nada para nadie.

Después de esas jornadas del 4 de junio, el PRI tendrá su Asamblea Nacional en la primera semana de agosto (debió realizarse el año pasado, pero fue pospuesta 18 meses bajo el argumento de que no podían distraerse cuando estaban en disputa 12 gubernaturas, de las cuales perdió siete ante el PAN, aliado en algunas con el PRD).

Esas derrotas encendieron todos los focos rojos en el tablero del PRI y provocaron la renuncia de su dirigente nacional, el sonorense Manlio Fabio Beltrones.

Este año, la Asamblea Nacional, que es el máximo órgano de gobierno del tricolor, habrá de definir aquello que mencionó Peña Nieto a propósito de la sucesión, en el sentido de que primero era el programa y luego el nombre (del candidato).

Por cierto, es el Consejo Político Nacional del PRI, cuyo secretario técnico es el senador sonorense Ernesto Gándara, la instancia encargada de organizar la Asamblea Nacional, una tarea en la que ya se encuentra trabajando, tendiendo puentes con los liderazgos de las principales corrientes internas, gobernadores, legisladores y otros liderazgos, incluso con personajes que han manifestado abiertamente su rechazo a las políticas presidenciales, como la ex gobernadora de Yucatán Ivonne Ortega, que recientemente solicitó licencia a su cargo como diputada federal, anunciando su voluntad de competir por la candidatura presidencial y cuestionando acremente el ‘gasolinazo’.

Ahora bien, es claro que independientemente de las modificaciones que pudieran hacerse a los documentos básicos del partido, a su programa, plataforma, estatutos, política de alianzas y requisitos para candidaturas, es indiscutible que el gran enigma es el nombre del candidato, pues de ello depende en mucho las posibilidades de que el PRI regrese a una competencia que, en estos momentos se da por perdida.

Son varios los personajes que se han barajado desde hace meses, sin embargo, los acontecimientos han venido reduciendo la lista notablemente, y descartando de plano a algunos.

Aurelio Nuño, el secretario de Educación, por ejemplo, que en algún momento se mencionó como el delfín de Peña Nieto y al que trataron de posicionar por todos los medios, simplemente se desinfló por completo. La impericia para manejar el tema de la Reforma Educativa lo llevó a chocar frontalmente con el magisterio disidente, que aún mantiene brotes de protesta en algunos estados.

Por si algo le faltaba, en el implacable mar de las redes sociales fue destrozado después de que una niña indígena le corrigiera un discurso con la ya famosa frase “no se dice ler, se dice leer”. Parecería una minucia, pero en la era de las redes sociales, la imagen del secretario se fue por el despeñadero del escarnio popular.

Otro que definitivamente queda fuera es el ex secretario de Hacienda y hoy de Relaciones Exteriores, Luis Videgaray Caso. Su cercanía con el presidente Enrique Peña Nieto está fuera de toda duda, así como su influencia sobre el presidente. Pero como candidato sería un fiasco.

Nadie en su sano juicio enviaría a una contienda presidencial al tipo que cabildeó para invitar a Donald Trump, cuando todavía era candidato, a Los Pinos para bocabajear al presidente y enviar un mensaje a todos los mexicanos, de lo que haría en caso de llegar a la Casa Blanca, advertencias que ha cumplido al pie de la letra, por cierto, con sus políticas supremacistas, racistas, antiinmigrantes. Videgaray sería simplemente un candidato impresentable.

José Antonio Meade, el secretario de Desarrollo Social es un tipo que ha pasado incluso por una administración federal panista; tiene buena relación con un sector importante de ese partido, no tiene expedientes de corrupción, se puede decir que es un tipo limpio, pero no ha terminado de ‘prender’; lo mismo pasa con José Calzada Rovirosa, el secretario de Agricultura, que no terminó de cuajar como prospecto.

Así, quedarían tres prospectos con posibilidades de ser ungidos: el secretario de Gobernación Miguel Ángel Osorio Chong, el gobernador del Estado de México, Eruviel Ávila y el ex rector de la UNAM, José Narro Robles.

El primero, con el desgaste natural que da el cargo; el segundo con el gran reto que le representa sacar adelante su propio relevo y el tercero, acaso el perfil más conveniente en una coyuntura en la que el tema central de la campaña será el combate a la corrupción y las historias personales.

Veamos, Narro Robles es un prestigiado médico con amplia trayectoria profesional y académica; probado en la administración pública federal como secretario de Salud, en la secretaría de Gobernación, en el IMSS, el gobierno de Distrito Federal y el Instituto Nacional de Ecología. En política ha sido presidente de la fundación Cambio XXI (hoy Colosio), rector de la UNAM por dos periodos, entre otras cosas.

Jamás ha estado involucrado en un acto de corrupción y eso es notable; vive desde hace más de 30 años en la misma casa (que le heredó su suegro, por cierto) y que, sin rayar en la modestia, tampoco es una residencia que no pueda haber adquirido con sus ingresos. La limitante que algunos le han puesto es su edad, pero igual eso puede operar a su favor, considerando el fiasco que han resultado los bebesaurios y tecnócratas, incluyendo los del peñanietismo. Narro tiene 69 años, apenas uno menos que el actual presidente de los Estados Unidos, Donald Trump.

En el papel, como suele decirse, Narro Robles sería el perfil idóneo (incluyendo el hecho de que a pesar de su larga militancia en el tricolor, no es identificado entre los priistas tradicionales, esos que precisamente tienen a su partido en la lona), pero lo que estaría por verse es si eso le alcanzaría al PRI para meterse a una competencia en la que, el día de hoy, está fuera.

Otro punto a favor de Narro es su autoridad moral frente al que aparece como el rival a vencer, Andrés Manuel López Obrador, a quien se le dificultaría echarlo en el mismo costal de ‘la mafia del poder’, pues en los ámbitos de su vida profesional, académica y en el servicio público, el doctor ha cruzado el pantano sin manchar su plumaje.

Falta, desde luego, ver quién encabeza la candidatura por el PAN y cómo salen de su proceso interno. Ricardo Anaya, Margarita Zavala y Rafael Moreno Valle son los prospectos más visibles y todo parece indicar que el primero será el abanderado, pero a un costo muy alto en términos de unidad.

Por el lado del PRD, el escenario menos catastrófico es que alcance a conservar el registro. Su destino parece ser el de sumarse a la candidatura del PAN, acabando por entregar lo que queda de ese partido de izquierda, a la derecha. Vaya paradoja.

A menos de tres meses de que se lleven a cabo las elecciones en cuatro estados, y de ver cómo esos resultados incidan en las definiciones rumbo a 2018, estaremos viendo cosas muy interesantes a las que hay que estar atentos.

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